Aprobación del Pabellón y Escudo Nacional en el Tercer Congreso reunido en el templo de la Encarnación el 25 de noviembre de 1842, bajo la presidencia de don Carlos Antonio López.
Óleo sobre lienzo de Guillermo Ketterer pintado en 1957.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ante la partida de Ramiro Barboza.


Hoy se inclinan reverentes los más altos lapachos del Paraguay, en gesto de despedida de uno de ellos que acaba de entregar sus ramajes a la querida tierra que le ha dado vida y sustentación. Ocurre unos días después de habernos anunciado con el esplendor de su colorido la llegada de la primavera. Y debió ser así porque este inmenso lapacho paraguayo, conocido con el nombre de Pedro Ramiro Barboza, que hoy vuelve a su origen, ha tenido por dogma la generosidad, el optimismo y la belleza. A su paso por este mundo ha sembrado a manos llenas el bien y la verdad, y asumió como la causa principal de toda su vida el servicio a la justicia. No conozco hasta la fecha otra persona que tenga tal alto sentido de lo justo y de lo injusto como el Prof. Barboza. Como Magistrado dio lustre al Poder Judicial y como Maestro formó a varias generaciones de Abogados. Por eso es justo repetir hoy los versos de nuestro querido poeta Manuel Ortiz Guerrero, dedicado a otro insigne de la cátedra, que dice: "Abrid la aulas estudiantes. Abrid la alta persiana. El Maestro entrará por la mañana, con vosotros a clase, como antes. Él, que fue claridad, entrará con la luz de la mañana" ( y a renglón seguido agrega, lo que también es pertinente repetir hoy). "Que el sueño guarde de su paz longeva. Nuestra sencilla gente de labranza. Para quienes, su ideal de la bonanza, en la justicia de una patria nueva. Puso también, su última esperanza".
Como persona humana Ramiro Barboza fue una verdadera joya que solamente lo merecía tener el Paraguay profundo; esa parte del Paraguay que guarda los altos valores morales e intelectuales de nuestra nacionalidad. En suma, el Paraguay decente, a cuyo servicio consagró su vida entera. Fue un caballero en la acepción originaria de esta palabra. Un hombre cabal y solidario. Un justo, como decían los antiguos hebreos. Jamás en sus manos fue bastardeada la justicia. Equivocaciones habrá tenido, pero malicia jamás. Fue poseedor de una personalidad tan intensa, íntegra y poderosa, que nadie tuvo motivos para poner sus actos en entredicho ni la osadía para ponerlos sin causa. Como juez estuvo siempre fuera de toda sospecha. Favoreció siempre que pudo al más débil de la relación laboral: al trabajador, pero nunca desde el campo del populismo ni del maniqueísmo distorsionante de la cultura del "aichejáranga". No. Eso nunca. Lo favoreció sí, pero desde el incuestionable ámbito del Derecho, de la Justicia y de la Dignidad.
Y es este precioso fruto de nuestra tierra a quien lo tenemos que enterrar hoy. Como dice el mismo poeta nombrado: "Con el alto lucero que se apaga, la noche paraguaya está más ciega". Pero aún cuando nos hallamos necesitados de él y de tantos otros como él, habremos de cumplir el rito porque nos hallamos ante los inescrutables designios del que nos presta la vida para vivirla por algunos años. Nos queda sólo el consuelo de que sobre esta tierra queda su sembradío: su pensamiento jurídico, sus libros, sus discípulos, sus alumnos, sus compañeros de trabajo que tanto aprendieron de él, y también los justiciables que bebieron de su mano el tan ansiado elixir de la justicia; aquellos que lloraron de emoción al recibir de él una sentencia justa.
Por todo ello hoy sólo podemos decirle al Prof. Ramiro: MAESTRO: Tu obra en esta tierra, aquella que venías realizando en forma directa, ha concluido. Todo el resto nos corresponde a nosotros hacer. El que dispensa la vida te ha llamado a su lado para que descanses. Allí gozarás del inmenso amor de tu padre porque lo tienes bien ganado. Maestro: Tendrás paz en tu tumba como lo tuviste en vida. Hasta siempre, Maestro.
Tadeo Zarratea

Nota: escrito en Bilbao, España, a la hora de su entierro el 7 de noviembre de 2009.

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