lunes, 14 de noviembre de 2011
MIGUELANGEL MEZA, el poeta mayor.
La revelación poética de los años 80 es el poeta
Cordillerano Miguel Ángel Meza Miranda,
Caacupé 1955. Miembro del “Taller de poesía Manuel Ortiz Guerrero” desde sus
orígenes y colaborador de la revista Ñemitỹ. A pesar de su juventud ha alcanzado
un alto nivel poético en lengua guaraní, tal vez el más alto en todos los
tiempos. Sus poemas son de inconfundible acento indígena. Su lenguaje trasunta
todo el mundo mítico-poético de los guaraní más genuinos. Ha venido a renovar no
solo las formas, los moldes y esquemas de la poesía en guaraní sino los mismos
temas. Creo que con él se enlazan dos mundos poéticos: la paraguaya y la
tribal. Y esto es más que interesante, necesario; es un imperativo para nuestro
tiempo y para nuestra literatura. Representa la retoma de los símbolos poéticos
propios del guaraní. Constituye, por así decir, una descolonización poética,
por cuanto que la poesía paraguaya en guaraní nació dentro de los moldes
coloniales y en su mayor parte está dado dentro de dicho esquema.
Para Miguelángel, la metáfora y la poesía se hallan
indisolublemente unidas. El que pretenda estudiarlo con los elementos de la
lógica formal no hallará nada en sus poemas, porque allí todo es poesía. Todo
está en el plano connotativo. Es todo un sistema de símbolos, de metáforas, de
imágenes.
La reiteración, los cambios de tonos,
la cadencia y la síncopa son los únicos elementos que
podemos calificar de “lingüísticos” en su poesía. Son los únicos recursos que
permanecen en el plano lógico; después ya todo excede, escapa; fuera de esto,
cada palabra ya tendrá un significado distinto.
Su primer poemario “Ita
Ha’eñoso” apareció en 1985, el segundo “Purahéi” en el 2001
y publicó varios poemas en las antologías del Taller de Poseía Ortiz Guerrero. Cultiva también la oralitura recopilando cuentos populares orales como: “Perurima
Rapykuere” aparecido en 2001; “Chipi González guãherã” en
2006; “Maléo” en 2007 y “Perurima Pypore” en 2010.
Me impactó el sabor indígena del poema “Mboriahu”.
Cuando leí la primera vez pensé en las comunidades indígenas de las cordilleras
del noreste, en los Paĩ
Tavyterã; sin embargo el autor me revela que se halla inspirado en el pobrerío
de los paraguayos que viven en los cerros de Ka’akupe. Los 22 versos de
ese poema tienen por igual terminación aguda; acento característico del idioma
guaraní. Con la enumeración, la gradación, el ritmo sincopado y la cadencia traen
a la poesía todo el encanto del canto y la música indígenas.
El poema “Y’itapererĩ” me llenó de asombro y sigo tan lleno
de ese asombro. Le pregunté al autor cómo llegó a conocer la cosmogonía y sobre
todo la escatología guaraní. Me dijo que no conocía. No satisfecho, le pregunté
si llegó a vivir con los indígenas guaraní, y me dijo: “muy de paso”. Le tuve
que explicar que según ellos: “En el principio Ñanderuvusu se desveló a sí
mismo en las tinieblas primigenias, luego puso dos palos en cruz y sobre ella
creó la tierra, en el centro, en equilibrio. Pero un buen día Ñanderuvusu
vendrá a extraer uno de esos soportes, la tierra se desplomará y caerá al
abismo eterno. El sol desaparecerá, la tierra en el abismo se congelará y
entonces acabará todo ser viviente que mora en ella”. Luego le dije: este poema
tuyo, cuyo final dice: “Ejúna. Mamóiko ko’ẽ
rekañy”, describe exactamente la agonía del último hombre de la tierra
congelándose de a poco, clamando por la luz vivificante. El poeta al conocer lo
que hizo quedó más asombrado que yo y hoy seguimos igual.
Tanto es su talento que sigo con la esperanza de que
escribirá un poema inmenso contándonos toda la cosmogonía, la mitología y la
teogonía guaraní. No digo “el apocalipsis” porque ya lo tiene escrito. Él, que
como buen poeta, empezó por el final.
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