Aprobación del Pabellón y Escudo Nacional en el Tercer Congreso reunido en el templo de la Encarnación el 25 de noviembre de 1842, bajo la presidencia de don Carlos Antonio López.
Óleo sobre lienzo de Guillermo Ketterer pintado en 1957.

lunes, 18 de febrero de 2013

EL FUTURO FINADO

(Traducción del cuento “Elfinadorã” al castellano paraguayo coloquial, realizada por el mismo autor del original).

Te voy a contar compañero cómo yo perdí mi valle. Por ser a vos te voy a contar. No fue “en un juego de truco” como dicen por allí los perros. No… mi amigo. Yo perdí mi valle por causa de una desgracia. Allí me pasó una desgracia muy fea.

Resulta que yo, cuando era mozo, era bastante jodido. Bueno… no era peleador ni asesino, ni no era ladrón, pero era mujeriego. Y si uno es mujeriego pues, tiene que aplicar solamente la ley del arriero. Esa ley te dice que no tenés que ponerte a elegir las mujeres. Simplemente tenés que jugar el “tuka’ẽ” con todas las que se acercan a vos y… la que se deja encontrar o alcanzar, le das un toque y ya cae. No tenés que mirar si es linda o fea. Es asieté de simple. Y es una ley que no falla, mi amigo, porque si te hacés del fino y te ponés a elegir se te van toditas juntas. Parece luego que huelen nomás y ya están toditas de acuerdo; y te dejan allí, solo, como esos cojudos renegados a vivir lejos de la manada.

Y así fue, mi amigo. Andando entre joda y joda me vine a caer, y muy mal.  Me metí con una señora ajena y eso me liquidó. Por lo visto esas son las cosas que uno no debe hacer en esta vida. Está mal hacer y es perjudicial. Pero el arriero pues no respeta luego nada. Al final nikó chamigo, la única que le para al arriero es, otra vez, la mujer.

Después de andar un buen tiempo con esa señora ajena, ella se entusiasmó por mí. Me tenía de lo mejor… mi cuate. Me cuidaba, me regalaba toda clase de cosas y me hacía repetir el juramento de que nunca me voy a casar con otra.

Una vez me regaló un lindo corte de traje, tela de primera calidá, mi socio. Mandé hacer, me puse y me fui con mi traje nuevo a una junta de vecinos. Y allí, en plena junta, me vino a la carga el futuro finado y me dijo: ¿Dónde encontraste, compañero, el género ése?  Cuando me preguntó eso sentí un  temblor. Una cosa caliente me subió en la cara. No era ko cualquier tipo el futuro finado. Era un “mbareté” y encima argel. Ni para su mujer no era simpático el tipo. Entonces le dije: “Esta clase de género, mi estimado, no tenemos por aquí; de Asunción me trajo un makatero. ¿Por qué?  ¿Te gusta?”. “Disculpame, mi estimado, pero de mi tienda se perdió recién una tela igualita a esa” me dijo.

Lo que quería es hacerme pasar vergüenza. Yo creo que se dio cuenta de lo que pasó pero le quería hacer creer a la gente que yo robé la tela. Se asustaron toda la gente porque pensaron que ya íbamos a agarrarnos, pero yo pues soy un tipo de mundo también; no soy tan boludo como para dejarme llevar así por así nomás, por más que sea más que yo el futuro finado. Mandé hacia atrás una y otra vez mi jopo y le jugué mi “el’á de espada”, porque casi como un “quiero y retruco” le dije: “Es posible, mi amigo, que ésta sea, pero yo compré; no me fui a robar de tu tienda. Y si te digo “es posible” es solamente porque lo que se compra de un makatero no se sabe de dónde viene”.
  
Allí se acabó el asunto pero el chisme recorrió todas las calles antes de amanecer. Todo el mundo empezó a hacer bromas contra mí y contra él también. Después yo ya no podía salir a la calle. A donde me iba nomás los perros me hacían oír indirectas, porque al fin y al cabo pues no falta la gente que entendió bien lo que pasó. Y así, me quedé pichado, argelado, porque de repente todo el mundo ya sabía mi relación secreta con esa señora. Entonces dije: voy a irme de aquí, voy a huir a algún lado para no seguir enredándome.

Unos días después hubo una fiesta en la vecindad y de repente se me ocurrió que podía desviar la atención de la gente. Y allí  mismo, cuando la fiesta estaba en su mejor momento, decidí romper mi juramento y pisé mi propia palabra, porque como te decía, yo pues no tenía que tener novia, tenía que andar solo por allí. La señora ajena niko chamigo se pone cada día más celosa y al final eso ya me daba mala fama. Entonces, para no dar más que hablar y para tapar de una vez la boca de la gente, le saqué a bailar a una tal Jacinta Giménez, linda mujer, mujer de primera, compañero, y sobre el pucho desaté en su oído todo el emilianoré que yo conozco. Nos íbamos bailando muy bien cuando, de repente,  siento que alguien me roza por atrás y al darme la vuelta para mirar ya se me plantó la señora ajena. ¿Quién te parece que sos para faltarme el respeto, sujeto ordinario? – me dijo encarándome. Sus ojos estaban encendidos como ojos de vaca brava, carajo, porque yo, para más, estaba con mi traje nuevo pues.

“Demasiado ya sos zafado vos, pelado de mierda” – me dijo el marido, sin averiguar si es cierto o de qué forma yo le falté el respeto a su mujer; en su papel de loro doméstico está acostumbrado a repetir lo que dice su mujer y a hacer lo que ella dice; y en el acto ya peló su arma. Tenía ko buena arma el futuro finado, no le valió nomás de mucho. Tenía, compañero, un revolver calibre 38, Smith & Wesson, legítimo, lustre blanco, cabo de nácar, marca a la derecha, descogotado, de caño riel que… ceceaba como un tartamudo. Con esa clase de arma nio chamigo vos podés tirar a gusto los bodoques del gringo. Muchas veces yo tuve en mi mano y acaricié esa arma y no sé por qué, pero siempre me pareció que ese revolver era el que me iba a joder la vida.

La verdad que yo no sé todo lo que pasó en ese momento. Mi dama enseguida luego me dejó. Le iba a hablar al futuro finado pero me di cuenta que ya era inútil ya. Entonces le atropellé y nos caímos los dos, y… allí pasó que… bueno, como decía mi viejo, “no hay remedio para el que le llega su hora”, porque al hombre se le fue de la mano el revólver y no vas a creerme si te digo que yo no sé cómo llegó a mis manos.

No. No hizo ningún tiro porque yo me pegué a él pues y nos alochamos, y en esa posición uno no tiene campo para usar el arma de fuego. Pero aparte de todo eso, compañero, matar a un semejante no se hace así nomás; es una cosa muy difícil. Se engaña el que dice “me voy un rato a matarle y vengo”. No… mi amigo; de ninguna manera. Ese es un trabajo para el que tenés que tener habilidá.

Y bueno, y… allí fue donde el futuro finado pagó todas sus cuentas. Yo creo que terminó como tenía que terminarse nomás, porque si tu mujer te traiciona pues… no es cosa de una vez ni un solo caso. Porque es una trampa completa y te puede joder mucho más de lo que creés.

Cuando cantó el gallo yo ya salí, con la ropa que tenía, en la ruta grande. Cuando estaba clareando el alba le alcancé a un carretero desconocido que se iba con los ejes de su carreta chirriando, golpeando las llantas de hierro por las espaladas de un cerro. Recuerdo que sus bueyes eran dos novillos de primera. Me subí con él, descansé un poco, pero me pareció que se iba demasiado despacio. “Tengo pariente enfermo y me voy muy apurado”, le dije y me bajé a clavar de nuevo la tierra con mis piernas. Amanecí a ocho leguas del lugar, en una villa muy pobre. Allí compré con mis escasos restos un poco de galleta, yerba y azúcar para hacer cocido y un jarro de lata. Dos días después ya crucé el río Paraná por aquí, por puerto Natalio, y recién allí me tranquilicé.

Así fue, hermano, el caso. Grande fue el error que cometí en mi pueblo; tengo que reconocer. Meterse con señora ajena es una cosa jodida, muy delicada. A mí me enredó mucho y me perjudicó grande: Me hizo perder mi valle, mi casa, mi familia, todos mis parientes y por qué no decir… mi juventú; porque vine huido a vivir como si fuera un bandido en el monte, y esta no es vida, compañero.

Tadeo Zarratea

18-II-13

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