Te voy a contar compañero cómo yo perdí mi valle. Por ser a vos te voy a contar. No fue “en un juego de truco” como dicen por allí los perros. No… mi amigo. Yo perdí mi valle por causa de una desgracia. Allí me pasó una desgracia muy fea.
lunes, 18 de febrero de 2013
EL FUTURO FINADO
(Traducción
del cuento “Elfinadorã” al castellano paraguayo coloquial, realizada por el
mismo autor del original).
Te voy a contar compañero cómo yo perdí mi valle. Por ser a vos te voy a contar. No fue “en un juego de truco” como dicen por allí los perros. No… mi amigo. Yo perdí mi valle por causa de una desgracia. Allí me pasó una desgracia muy fea.
Resulta
que yo, cuando era mozo, era bastante jodido. Bueno… no era peleador ni
asesino, ni no era ladrón, pero era mujeriego. Y si uno es mujeriego pues,
tiene que aplicar solamente la ley del arriero. Esa ley te dice que no tenés
que ponerte a elegir las mujeres. Simplemente tenés que jugar el “tuka’ẽ” con
todas las que se acercan a vos y… la que se deja encontrar o alcanzar, le das
un toque y ya cae. No tenés que mirar si es linda o fea. Es asieté de simple. Y
es una ley que no falla, mi amigo, porque si te hacés del fino y te ponés a
elegir se te van toditas juntas. Parece luego que huelen nomás y ya están
toditas de acuerdo; y te dejan allí, solo, como esos cojudos renegados a vivir lejos
de la manada.
Y así fue, mi amigo. Andando entre joda y joda me vine a
caer, y muy mal. Me metí con una señora
ajena y eso me liquidó. Por lo visto esas son las cosas que uno no debe hacer
en esta vida. Está mal hacer y es perjudicial. Pero el arriero pues no respeta
luego nada. Al final nikó chamigo, la única que le para al arriero es, otra
vez, la mujer.
Después de andar un buen tiempo con esa señora ajena, ella
se entusiasmó por mí. Me tenía de lo mejor… mi cuate. Me cuidaba, me regalaba
toda clase de cosas y me hacía repetir el juramento de que nunca me voy a casar
con otra.
Una vez me regaló un lindo corte de traje, tela de primera
calidá, mi socio. Mandé hacer, me puse y me fui con mi traje nuevo a una junta
de vecinos. Y allí, en plena junta, me vino a la carga el futuro finado y me
dijo: ¿Dónde encontraste, compañero, el género ése? Cuando me preguntó eso sentí un temblor. Una cosa caliente me subió en la
cara. No era ko cualquier tipo el futuro finado. Era un “mbareté” y encima
argel. Ni para su mujer no era simpático el tipo. Entonces le dije: “Esta clase
de género, mi estimado, no tenemos por aquí; de Asunción me trajo un makatero. ¿Por
qué? ¿Te gusta?”. “Disculpame, mi
estimado, pero de mi tienda se perdió recién una tela igualita a esa” me dijo.
Lo que quería es hacerme pasar vergüenza. Yo creo que se dio
cuenta de lo que pasó pero le quería hacer creer a la gente que yo robé la
tela. Se asustaron toda la gente porque pensaron que ya íbamos a agarrarnos,
pero yo pues soy un tipo de mundo también; no soy tan boludo como para dejarme llevar
así por así nomás, por más que sea más que yo el futuro finado. Mandé hacia
atrás una y otra vez mi jopo y le jugué mi “el’á de espada”, porque casi como
un “quiero y retruco” le dije: “Es posible, mi amigo, que ésta sea, pero yo
compré; no me fui a robar de tu tienda. Y si te digo “es posible” es solamente
porque lo que se compra de un makatero no se sabe de dónde viene”.
Allí se acabó el asunto pero el chisme recorrió todas las
calles antes de amanecer. Todo el mundo empezó a hacer bromas contra mí y
contra él también. Después yo ya no podía salir a la calle. A donde me iba nomás
los perros me hacían oír indirectas, porque al fin y al cabo pues no falta la
gente que entendió bien lo que pasó. Y así, me quedé pichado, argelado, porque
de repente todo el mundo ya sabía mi relación secreta con esa señora. Entonces dije:
voy a irme de aquí, voy a huir a algún lado para no seguir enredándome.
Unos días después hubo una fiesta en la vecindad y de
repente se me ocurrió que podía desviar la atención de la gente. Y allí mismo, cuando la fiesta estaba en su mejor
momento, decidí romper mi juramento y pisé mi propia palabra, porque como te
decía, yo pues no tenía que tener novia, tenía que andar solo por allí. La
señora ajena niko chamigo se pone cada día más celosa y al final eso ya me daba
mala fama. Entonces, para no dar más que hablar y para tapar de una vez la boca
de la gente, le saqué a bailar a una tal Jacinta Giménez, linda mujer, mujer de
primera, compañero, y sobre el pucho desaté en su oído todo el emilianoré que
yo conozco. Nos íbamos bailando muy bien cuando, de repente, siento que alguien me roza por atrás y al
darme la vuelta para mirar ya se me plantó la señora ajena. ¿Quién te parece
que sos para faltarme el respeto, sujeto ordinario? – me dijo encarándome. Sus
ojos estaban encendidos como ojos de vaca brava, carajo, porque yo, para más,
estaba con mi traje nuevo pues.
“Demasiado ya sos zafado vos, pelado de mierda” – me dijo el
marido, sin averiguar si es cierto o de qué forma yo le falté el respeto a su
mujer; en su papel de loro doméstico está acostumbrado a repetir lo que dice su
mujer y a hacer lo que ella dice; y en el acto ya peló su arma. Tenía ko buena
arma el futuro finado, no le valió nomás de mucho. Tenía, compañero, un
revolver calibre 38, Smith & Wesson, legítimo, lustre blanco, cabo de
nácar, marca a la derecha, descogotado, de caño riel que… ceceaba como un
tartamudo. Con esa clase de arma nio chamigo vos podés tirar a gusto los
bodoques del gringo. Muchas veces yo tuve en mi mano y acaricié esa arma y no
sé por qué, pero siempre me pareció que ese revolver era el que me iba a joder
la vida.
La verdad que yo no sé todo lo que pasó en ese momento. Mi
dama enseguida luego me dejó. Le iba a hablar al futuro finado pero me di
cuenta que ya era inútil ya. Entonces le atropellé y nos caímos los dos, y…
allí pasó que… bueno, como decía mi viejo, “no hay remedio para el que le llega
su hora”, porque al hombre se le fue de la mano el revólver y no vas a creerme
si te digo que yo no sé cómo llegó a mis manos.
No. No hizo ningún tiro porque yo me pegué a él pues y nos
alochamos, y en esa posición uno no tiene campo para usar el arma de fuego.
Pero aparte de todo eso, compañero, matar a un semejante no se hace así nomás;
es una cosa muy difícil. Se engaña el que dice “me voy un rato a matarle y vengo”.
No… mi amigo; de ninguna manera. Ese es un trabajo para el que tenés que tener habilidá.
Y bueno, y… allí fue donde el futuro finado pagó todas sus
cuentas. Yo creo que terminó como tenía que terminarse nomás, porque si tu
mujer te traiciona pues… no es cosa de una vez ni un solo caso. Porque es una trampa
completa y te puede joder mucho más de lo que creés.
Cuando cantó el gallo yo ya salí, con la ropa que tenía, en
la ruta grande. Cuando estaba clareando el alba le alcancé a un carretero
desconocido que se iba con los ejes de su carreta chirriando, golpeando las
llantas de hierro por las espaladas de un cerro. Recuerdo que sus bueyes eran
dos novillos de primera. Me subí con él, descansé un poco, pero me pareció que
se iba demasiado despacio. “Tengo pariente enfermo y me voy muy apurado”, le
dije y me bajé a clavar de nuevo la tierra con mis piernas. Amanecí a ocho
leguas del lugar, en una villa muy pobre. Allí compré con mis escasos restos un
poco de galleta, yerba y azúcar para hacer cocido y un jarro de lata. Dos días
después ya crucé el río Paraná por aquí, por puerto Natalio, y recién allí me
tranquilicé.
Así fue, hermano, el caso. Grande fue el error que cometí en
mi pueblo; tengo que reconocer. Meterse con señora ajena es una cosa jodida,
muy delicada. A mí me enredó mucho y me perjudicó grande: Me hizo perder mi
valle, mi casa, mi familia, todos mis parientes y por qué no decir… mi juventú;
porque vine huido a vivir como si fuera un bandido en el monte, y esta no es
vida, compañero.
Tadeo Zarratea
18-II-13
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Buena iniciativa, Tadeo. Te felocito. Un abrazo.
ResponderEliminar