Aprobación del Pabellón y Escudo Nacional en el Tercer Congreso reunido en el templo de la Encarnación el 25 de noviembre de 1842, bajo la presidencia de don Carlos Antonio López.
Óleo sobre lienzo de Guillermo Ketterer pintado en 1957.

sábado, 22 de octubre de 2016

Un toro nilo cerrero

Ese toro nilo estuvo a punto de liquidarme. Habíamos salido un día con Chiquito Miranda en busca de animales cerreros y enlazamos ese toro. Le pusimos doble lazo y lo veníamos trayendo con mucha dificultad. Yo adelante y Chiquito detrás. El toro me seguía y Chiquito le iba dando luz, pero cuando se me acercaba mucho le sofrenaba. Pero después había sido que le dio mucha luz Chiquito y el toro empezó a ganar velocidad. Y cuando venía en toda hacía mí le quiso frenar Chiquito y se soltó su lazo allí en la presilla. Y cuando el toro se sintió libre vino hacia mí a toda bala, y yo, con el fin de esquivarle le di un espolón a mi caballo y parece que se asustó porque dio un salto brusco medio de costado y me echó.  El caballo salió corriendo y yo me quedé allí. Ya no tenía tiempo de correr porque el toro ya llegaba hasta a mí. Entonces hice lo que pude y como pude: me tiré al suelo, boca para abajo. Llegó hasta mí con los ojos encendidos y echando espuma por la boca ese animal, compañero, y se agachó sobre mí.

¡Bárbaro! Te clavó todito mal.

No, no fue así.

¡Eh! y cómo te salvaste de él.

Y no y… mi amigo Chiquito Miranda, compañero, no era un arriero flojo. Ese era un lacero de primera compañero; nunca salió al campo con un solo lazo. Sobre la marcha desprendió su segundo lazo y volvió a enlazar al toro. Cuando el toro se agachó para alzarme del culo de mi pantalón se le plantó el ruano de Chiquito y lo sujetó. Lo echó violentamente de espaldas a dos metros de mí.

¡Qué bárbaro!

Y después seguimos viaje con el toro. Con mucho pleito avanzamos. Llegamos con él hasta el retiro; le metimos en el corral, le maniatamos de las cuatro patas y le echamos, le señalamos y le marcamos. Y allí cuando le estábamos marcando estuvo más cerca todavía de mandarme al otro mundo.

Ah no me digas, y qué pasó allí?

Y no y… me tocó pues a mí atajar la cabeza del toro, y yo pisé sobre una de sus astas, agarré con las dos manos la otra asta y apreté fuerte contra el suelo. Pero cuando el animal sintió el hierro caliente sobre su cuarto, dio un brinco y me tiró.  Cuando levantó la cabeza me encontró justo a mí y extendió su cuello para alcanzarme.

Ah no... y te alcanzó.

No, no fue así.

No me digas, y por qué?

Por suerte las correas con que estaba maniatado no se soltaron, y gracias a eso cuando inclinó la cabeza como para alzarme de un tirón con las astas, se descalumbró y cayó.

Y cómo es eso de des… des… descalumbrarse?

Y no y… perdió pie. Se fue de costado y se tumbó; se cayó por lo menos a un geme de distancia de mi cuerpo.

Después el patrón preparó una partida para la venta y ese toro nilo fue incluido en la partida. Y yo ya me decía a mí mismo: “Ese animal le va a crear problemas”, porque no estaba todavía amansado.  Hicimos el rodeo; fuimos metiendo en el brete de a uno a los animales y alzando en el camión. Pero cuando le tocó el turno al toro nilo cerrero, se echó hacia atrás, se sentó completamente, y al levantarse de allí saltó con todo impulso, atropelló el brete y lo rompió haciendo trizas.

Qué bárbaro! y seguro que se destrozó también él.

No, no fue así. No le pasó nada porque llevó el brete por su pecho.

Y entonces? salió disparando?

No, no fue así. Al caerse le había visto a Chiquito muy cerca de él y le ganó completamente de mano.

Oh no carajo! Le clavó todo…

No, no fue así. Le agarró de su piernera y le tiró cinco metros hacia atrás.  Voló como un murciélago el amigo Chiquito.

Qué bárbaro, y después?

Y después al darse la vuelta le encontró al hijo del patrón, un muchacho que muy pocas veces solía venir a la estancia, y le atropelló.

No me digas, a ese sí le clavó todo.

No, no fue así. Se sentó de él el muchacho y le pasó encima. Le pisó todito. Le machucó todo el cuerpo.
Allí mismo el viejo mandó llamar un avión y le llevó a su hijo a Asunción.

Y qué se hizo del toro?

Y lo matamos. El viejo en medio de su furia desenfundó su revólver y le acribilló a balazos.  Después nos dio la orden: “terminen de matarlo y lleven el cuerpo a tirar para que coman los cuervos. No se les ocurra comer la carne, porque este es un toro asesino”, nos dijo.

A la pucha! Y procedieron de ese modo.

No, no fue así.  Cuando ya se subía al avión pues me llamó y me dio una contraorden: “porque no carnean ese animal y no llevan a venderle la carne al regimiento” - me dijo.   

“El soldado pues es como el cuervo no más también”.  Eso es verdad – le dije; llevamos toda la carne y le vendimos al coronel Arriola.

Y ustedes no comieron nada de esa carne?

No, no fue así.  En verdad así tenía que ser pero dijo Chiquito: “por lo menos hubiéramos comido estas menudencias, ya que hace tanto tiempo que no comemos carne. Al final qué importa. Nosotros pues, como el cuervo no más también vivimos pescando por los restos de carne que dejan los tigres en los rodeos. Y este toro cerrero sí que estuvo luego a punto de liquidarnos a los dos”.

Y entonces le dije: “vamos a comer Chiquito, pero que no se entere el viejo ni por casualidad”. 

Cocinamos la cabeza del animal bajo tierra y nos dimos una panzada. Al día siguiente al amanecer nos llegó la noticia: “murió el hijo del patrón. Dicen que explotó su baso”.

Tadeo Zarratea
20 de junio de 2014

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