Aprobación del Pabellón y Escudo Nacional en el Tercer Congreso reunido en el templo de la Encarnación el 25 de noviembre de 1842, bajo la presidencia de don Carlos Antonio López.
Óleo sobre lienzo de Guillermo Ketterer pintado en 1957.

lunes, 19 de mayo de 2014

LA CAÍDA DEL MARISCAL

Estaba en la cima de su carrera. Tenía el poder supremo para organizar a sus hombres en el campo de batalla. Su amplia popularidad era todo un fenómeno social, pero no era infundada. Razón tenía la gente porque era virtuoso en su arte e innegable su talento. El pueblo deliraba a su paso. Su figura era tan imponente al punto que todos creían que era poco menos que invulnerable. Tal vez por eso nadie se ocupó de su seguridad. Como siempre ocurre en nuestra cultura mediterránea, esta vez la gente creyó, una vez más, que estamos solos en el mundo; que lo de aquí no le importa a nadie. Pero la realidad manifestada en los hechos demostró que no es así y además, que nunca fue así. Hasta cuando el Paraguay estaba totalmente aislado del resto del mundo por decisión del dictador Francia, el mundo tenía sus ojos y oídos clavados en este país; y afuera se sabía todas las fechorías del Supremo.

Ustedes dirán que fue “su destino”, pero yo sostengo que fue toda una conspiración contra los intereses del Paraguay, que se concretó en un sabotaje y, desgraciadamente, le tocó a él ser la víctima inocente. Esta teoría la sostuve desde el principio y los hechos posteriores no me han desmentido. Lastimosamente para el caso de él, soy un ciudadano común, sin ningún poder político; pero felizmente para mí, porque gracias a eso puedo pensar y escribir todo cuanto se me ocurre sin más responsabilidad que la personal ante la historia.  A veces pienso que si en ese momento yo fuera canciller o embajador en México, hubiera armado un gran alboroto, inútil tal vez, pero no hubiera dejado de hacer.

Evidentemente el mundo es más pequeño cada día porque ¿quién puede pensar que un grupito de jóvenes imberbes de un paisito de Sudamérica puede afectar grandes intereses europeos? Y sobre todo cuando el Paraguay jamás se ha propuesto afectar esos intereses. Si por casualidad sus dirigentes llegaran a pensar, se apartarían de la idea a la velocidad de un rayo, porque este es un pueblo respetuoso y por sobre todo, justo.  Sin embargo estaba a un paso de tirar por la borda un sinfín de jugosos intereses ajenos, negocios legítimos e ilegítimos por doquier. La pena es que el Paraguay ni se daba cuenta antes de que ocurriera lo ocurrido y lo peor es que no se dio por enterado ni después de haber ocurrido los hechos. Así es. Este es el Paraguay.

La suerte del Mariscal fue decretada en Italia. Esto es lo que nadie sabe. Allí, en Sicilia, un sujeto de nombre Paolo Mafiodo recibió una llamada inesperada del representante de una persona con mucho poder, que se encontraba preocupada por un posible resultado adverso para Italia y para toda Europa, en la inminentemente próxima guerra mundial en miniatura. Le pidió una entrevista para que, en la brevedad posible, pueda entregarle personalmente un mensaje del presidente.

En la entrevista le dijo textualmente:

— Usted sabe que detrás del gran negocio que nosotros manejamos existen infinidades de negocios de todo tipo y que el negocio principal sólo pueden instalar los países europeos; de modo que si en estas confrontaciones pierde Europa, todas las expectativas quedarán frustradas. No habrán inversiones. Serían cuatro años de esfuerzos inútiles. Para evitar eso tenemos que ganar nosotros esta competencia y si nosotros no podemos, que gane Alemania; porque ni siquiera Francia garantiza las buenas inversiones. En último caso… que gane España por lo menos, para no ser tan decepcionante el resultado. Es lo último que podemos aceptar. Pero que la victoria vaya a parar en manos de un país sudamericano es intolerable —.

— Y ¿qué hay de Brasil? — .

— Bueno, salvo Brasil, el único que puede concitar alguna inversión, porque si cae en manos de Argentina, es casi nada. Pero en este caso el panorama es mucho peor que todas estas conjeturas. La victoria final puede quedar en manos de un país sudamericano sin nombre ni renombre, sin trascendencia, sin condiciones para ningún tipo de negocio. Si eso ocurre, todas las inversiones ya realizadas y a realizarse caerán directamente en saco roto.

— Lo que usted me cuenta es aterrador — le contestó il capo —.

— Celebro que comprenda nuestra preocupación, pero le digo más. Ayer se confeccionó el fixture y algo nos falló. No pudimos direccionar los resultados y como consecuencia nuestro país tiene que enfrentar a dos países sin ninguna tradición guerrera y a un tercero que, aún cuando es un pueblo de gente descalza, pobre de solemnidad y desconocido por el turismo internacional, en el campo de la lid siempre ha demostrado garras y es francamente impredecible.

— Pero entonces no estamos tan mal; son dos flojos y otro que no tiene potencialidad cierta — comenta don Paolo.

— No, no, no. Usted no me entendió -  replica el comisionado —; esos dos flojos liberan el camino para que nos enfrentemos al impredecible; a aquel país de morondanga que sin planificación técnica, sin dinero, sin disciplina, sin cultura ni conciencia de equipo, puede aguarle la fiesta a cualquiera, porque tiene una gran capacidad de lucha; se trata de un equipo que es puro corazón y pura improvisación en el teatro de operaciones, pero que a más de uno le ha dado dolores de cabeza.

— Ahora entiendo — contestó don Paolo. Pero sigo sin entender qué se puede hacer ante lo irremediable.

— No esperaba de usted que venga a calificar esto de irremediable. Esto ES REMEDIABLE y usted puede llegar a ser una pieza clave en la solución.

— ¿Yo?  Pero... ¿qué tengo que ver yo en esos negocios, si nunca realicé inversiones, al menos  directas, en esos eventos?

— Usted, si pone su buena voluntad en este asunto puede salvar todos los negocios de los europeos.

— ¿Buena voluntad?; bien, veamos, cómo viene la mano; al grano, pues.

— Es muy sencillo. Vea. El batallón que nos apeligra tiene un comandante; le dicen "el Mariscal"; y como en toda sociedad primitiva, la masa sigue al conductor; ese es el imán de su unidad, el factor de su disciplina y el motivador de su orgullo guerrero. ¿Capisci?

Eeeco. Capisco — contesta don Paolo —.  De modo que me quieren confiar una misión.

Eco. De eso se trata.

— Entiendo que eso debe cumplirse en… ¿Paraguay?; pero allí nuestra organización no tiene amigos profesionales. Ellos están en pañales. Son todos aprendices de este oficio. Por tanto, me será difícil.

— No, no. No es allí. Esa misión debe llevarse a cabo en México,  porque allá vive y trabaja el Mariscal.

— Ahh. Entonces es fácil. Allí sí tenemos amigos y muy buenos profesionales.

— Me alegra. El presidente estará muy contento con esta noticia.

— Dígale que acepto la misión. Y que le cobraré solamente un millón de euros.

— ¿Tanto? ¿No puede ser menos?

— Ahh no señor. Usted me habló de negocios de toda Europa que se encuentran en peligro; eso significa montos multimillonarios en juego, ¿no?

— Y bueno. La verdad es esa. pero no me esperaba este precio.

— Señor: usted lo toma o lo deja. Permiso.

— Espere. Le llevo la propuesta al presidente y luego hablamos.

— Como no. Como usted quiera.

Luego de recibir la aceptación y la prima, don Paolo tomó el teléfono y realizó su llamada a México.

— Dagoberto: — le dijo a su colega — tengo una misión que encomendarle. Un trabajo muy sencillo. Se trata de entregar boleto de viaje a un sujeto común, que no tiene poder ni está protegido. Un simple jugador de futbol. Los detalles se los dará mañana mi secretario. Por de pronto le aseguro 200 mil dólares si todo sale bien.

— Acepto la misión don Paolo pero no a ese precio. Aquí todo se ha encarecido y nuestros servicios también.

— Mire que usted puede necesitar del mismo servicio, en reciprocidad, en cualquier momento, amigo; no olvide eso.

— De acuerdo don Paolo, pero asegúreme 300 mil de esos verdes y deposítelos ya en mi cuenta bancaria que usted conoce, y no se preocupe, que todo saldrá bien—.

Ocho días después Dagoberto puso en ejecución la misión recibida. Al día siguiente don Paolo lo llamó para darle las gracias, felicitarlo y ofrecerle reciprocidad para casos análogos; pero dos días después todo cambió. La prensa dio cuenta de que la ejecución de la misión tuvo fallas; que no se logró el objetivo y para más no fueron borradas las huellas; no fueron neutralizadas ni retiradas del lugar de los hechos las cámaras filmadoras; la fiscalía las incautó porque intervino en el caso un joven Fiscal que todavía no es parte del grupo; uno de esos locos que andan sueltos. Don Paolo montó en cólera y amenazó a Dagoberto, pero éste lo apaciguó diciéndole que si bien todavía está con vida, tiene la bala alojada en pleno cerebro, lo que significa que está fuera del mando de su batallón.

— No sabía que usted sigue siendo un chambón — le espetó—. ¿Cómo no va a tomar las precauciones debidas?, ¡Chambón! — le gritó en el teléfono. Dagoberto, herido en su honor, explicó que sin embargo tomó todas las medidas de seguridad; que trabajaron para él esa noche en el Barlavar el gerente, los guardias que palparon a sus hombres en la entrada, la mesera, la bailarina, la prostituta, el policía de guardia y el personal de limpieza.

— Cómo que chambón si lo llevé a mi propia guarida para asegurar el resultado — se disculpaba Dagoberto — Contraté hasta un periodista para dar las primeras noticias, presentando el caso como una riña entre borrachos—. Finalmente le dijo: — Yo le aseguro don Paolo que si dentro de tres días el Médico principal que está a cargo del pasajero diagnosticara alguna posibilidad de recuperación, mis hombres llegarán de nuevo junto a él para entregarle personalmente el boleto.

Esto calmó a don Paolo, pero unos meses después se arrepintió de esta operación.  Fue cuando comprobó que aquel dirigente del futbol mundial tenía toda la razón para realizar aquel encargo,  porque la escuadra del Mariscal, sin su participación naturalmente, eliminó a Italia y luego de pasar a los cuartos de final estuvo a punto de aguarle la fiesta a la mismísima España, la cual, a duras penas y solo gracias a los arreglos de entretelones logró alzarse con la copa del mundo. Magro negocio para Europa. Pero mucho peor hubiera sido que este equipo anodino de  Sudamérica se hubiera quedado con ella. Eso hubiera sido no sólo una vergüenza para Europa, sino toda una descomunal pérdida económica para los inversionistas. Don Paolo se sintió un héroe pero lamentó haber cobrado tan poco por tan importante servicio.

Por su parte el gobierno paraguayo se quedó con aquella primera crónica periodística. Nunca investigó las causas del atentado fulminante. El Mariscal fue abandonado en su desgracia por el Estado y por toda la supuesta hinchada. Con razón dice mi amigo Alberto: en este país, tener talento es correr peligro y el servicio a la nación no se premia, al contrario, se castiga.

Tadeo Zarratea
15 de mayo de 2014

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