Por Tadeo Zarratea
El
Paraguay está calificado por su aspecto social como “El país latinoamericano
más latinoamericano de todos”. Este calificativo le fue dado porque, tanto
étnica como culturalmente, no es ni muy latino ni muy americano, sino
equilibradamente mixigenado. Su
población es mestiza por excelencia. Es la resultante de un mestizaje
tempranero, que se inició con la toma por la fuerza de la aldea fortificada de Paraguaÿ, capital del pueblo guaraní-karió, en 1537, por tropas españolas; y
de otra oleada reciente pero muy intensa de mestizaje, que se produjo 3 siglos
después, con la apertura de los 21 “pueblos de indios” a la población nacional.
Por un decreto supremo el gobierno nacional expropió las tierras y haciendas de
los 21 pueblos de indios en 1845, y en compensación levantó la prohibición de
casamientos entre mestizos e indígenas cristianos. Los pobladores de aquellos
pueblos instalados por sacerdotes misioneros, jesuitas y franciscanos, en su
mayor parte sobre aldeas indígenas preexistentes, que permanecían aislados y
cerrados al mestizaje, pasaron desde entonces a mezclarse con el grupo originario del pueblo paraguayo,
integrado por mestizos y criollos. Los indígenas, ya para entonces convertidos
al cristianismo en esos 21 pueblos, lograron con aquel decreto el estatus de paraguayo, con derecho a ingresar a la
milicia, a trabajar y realizar el comercio con paraguayos, pero lo más
importante fue el derecho a casarse con paraguayos y paraguayas. Estos dos hechos redujeron la población
indígena tribal del Paraguay a lo que es hoy: menos del 3 % de la población
nacional.
El
grueso del indigenado cristianizado dejó el sistema social tribal, que
significa vivir en comunidad, para pasar
a vivir en familias nucleares, como miembros de un Estado nacional regido por
la ley; dejó el régimen económico de subsistencia, que no acumula bienes, y
pasó a ejercer el trabajo rentado para acumular bienes. La transformación ha
sido por tanto religiosa, económica y social, pero en lo cultural el proceso de
cambio ha sido muy lento en razón de que el indigenado se vino con su lengua y
buena parte de la cultura vertebrada por ella. El guaraní es una lengua portentosa;
y para certificar esta aseveración me veo obligado a citar a Eduardo Galeano que
dice: “El guaraní es la única lengua de un pueblo vencido que se impuso a la lengua
del vencedor, en todo el mundo y en toda la historia”.
Según
informes científicos, en el ADN del paraguayo de hoy predomina el componente europeo,
pero culturalmente él, como persona que interactúa en sociedad, está mucho más
cerca de la cultura originaria americana, vertebrada por la lengua guaraní.
Este
es el proceso histórico social del Paraguay que hoy se manifiesta en su bilingüismo
guaraní-castellano y su cultura de dos polos. El bilingüismo paraguayo es
diacrónico, diatópico, diastrático y diglósico. Es producto de hechos
históricos irrevocables, abarca todo el territorio nacional y permea todos los
estratos sociales. Sin embargo este bilingüismo es diglósico porque el guaraní,
siendo lengua de la mayoría nacional, tiene estatuto de lengua de minoría; se
halla subalternizado frente a la lengua castellana. Cientistas sociales y visitantes
observadores han señalado que el Paraguay tiene una población homogénea,
tanto desde el punto de vista étnico como cultural, ciertamente es éste su aspecto predominante,
pero su realidad socio-cultural intrínseca
es diferente. La cuestión es que la cultura mayoritaria, envolvente y
totalizadora, no ha permitido presentar al Paraguay como verdaderamente lo es: un país multilingüe y multicultural, porque
dentro de su territorio son habladas, cada día y por poblaciones humanas estables,
15 lenguas a través de 28 dialectos. El país es un mosaico de lenguas y
culturas, y atendiendo al origen de las lenguas, las clasificamos en tres
bloques: las lenguas americanas, las europeas y las asiáticas. No obstante ello,
cabe acotar que la sumatoria de estos grupos de minorías culturales no alcanza el
8 % de la población nacional según el último censo. Los indígenas el 3 % y los
europeos y asiáticos el 5 %. La señalada homogeneidad del pueblo paraguayo es, por
tanto, de más del 90 %.
1) Marginación del indígena
Las
mencionadas minorías culturales se hallan marginadas de la sociedad nacional;
los indígenas por razones de lengua y cultura, y los no indígenas por razón de
lengua. Consecuentemente, es mucho más fácil la integración de europeos y
asiáticos que la de los indígenas. Este
último grupo no se integra por tres causas: 1) la cuestión religiosa; 2) la
cuestión económica, y 3) la cuestión educativa y cultural. Los indígenas no son cristianos en su mayoría,
a pesar del intenso asedio que sufren de parte de decenas de iglesias
cristianas con misiones de evangelización. Por lo general ellos mantienen sus
religiones originarias y lo único que piden es que se los respete, se los deje
en paz, que se haga cesar el acoso. Los guaraní en particular alegan que ellos no
realizan propaganda para extender su religión hacia otros pueblos y reclaman el
mismo trato.
En cuanto a la cuestión económica los indígenas no participan en
el sostenimiento de la economía nacional; ellos tienen una economía de mera
subsistencia; no realizan cultivos de renta y por ende no tienen productos
excedentes que vender; no practican el comercio, no pagan impuestos ni son
consumidores habituales sino en una mínima escala. Ellos tienen cultura de
cazadores-recolectores; viven de lo que provee la naturaleza y tienen la
imperiosa necesidad de conservarla por eso mismo; son ecologistas naturales y
son los verdaderos ecologistas con que cuenta el país. El sistema educativo
nunca nos enseñó a los paraguayos que estas son las características principales de
los pueblos indígenas; jamás nos informó que ellos no acumulan bienes ni almacenan
alimentos.
En cuanto al aspecto socio
cultural, el indígena no tuvo acceso a la lecto-escritura hasta fines del siglo
XX porque la dirigencia nacional tenía la convicción de que la alfabetización
no es posible realizar en las lenguas indígenas, incluida la guaraní, sino
solamente en lengua castellana. La
oferta de alfabetización fue por tanto ésa, la cual, naturalmente, fue siempre
rechazada por los indígenas por entender que es un instrumento de transculturación
y por ende de recolonización. Recién en este siglo los indígenas aceptaron la
alfabetización de sus niños y la admitieron bajo tres condiciones: 1) que sea
en su lengua propia, 2) que los textos hablen de la cultura propia, y 3) que
los niños sean alfabetizados solamente por maestros indígenas, habilitando a
los maestros paraguayos solo para alfabetizar a los adultos.
Estos
problemas de integración no lo tienen las minorías europeas y asiáticas, las
cuales por lo general ejercen el comercio y todo tipo de actividad económica,
siendo su marginamiento muy relativo por limitarse a la comunicación. Es más, en cada generación los descendientes
de europeos y asiáticos se van aproximando más y más a la comunidad nacional e
integrándose a ella sin mayores inconvenientes.
El
caso del indígena es diferente y más difícil de resolver porque se trata de la
cultura del otro, del derecho a la otredad o del derecho a la alteridad. Ellos deben insertarse en la cadena
productiva con las condiciones por ellos aceptadas. Posiblemente existan dos caminos iniciales:
1) la promoción y comercialización de sus productos artesanales, y 2) el
turismo cultural. La permanencia de los
indígenas en el territorio nacional es de suma importancia para la ecología y
para la cultura. Lamentablemente los sucesivos gobiernos que tuvimos y que tenemos
no comprenden que para aproximar la cultura del otro a la nuestra se necesita
de especialistas, antropólogos, etnólogos, lingüistas, promotores sociales,
sociólogos, etc.
El
hecho de que las minorías culturales del país no lleguen al 8 % de la población
nacional, no constituye motivo para la segregación de las mismas. El Estado tiene el deber de promover
políticas públicas inclusivas porque ellas son parte legítima de la comunidad nacional,
parte diferenciada pero inescindible de ella. Estas minorías tienen el derecho
de acceder a los beneficios del desarrollo sin alterar en grado sumo sus
respectivas culturas.
2) La exclusión socio cultural del campesino
Pasamos
a hablar de otra exclusión de hecho, que se produce también por razón de
lengua, y es la registrada entre la
población campesina y el resto del país. En el Paraguay el campesinado,
entendido como el productor agrario en pequeñas fincas, se halla marginado de
la cultura oficial por varias razones, pero especialmente por la lengua que
habla. El campesinado habla guaraní con
absoluta preferencia y esta lengua se halla marginada por la cultura oficial. Esta situación corta, virtualmente la comunicación entre el campesinado, el Estado
y otras instituciones, dejando como resultado el aislamiento de los trabajadores
agrarios. Este fenómeno no ocurre en
otros países de América Latina donde la población agraria habla la lengua
oficial del Estado. El guaraní no fue
admitido como lengua en las instituciones de enseñanza hasta fines del siglo XX
y consecuentemente los portadores de la misma quedaron excluidos con ella de la
cultura oficial. De ello deriva también
un estigma que descalifica al campesino, lo degrada, y lo margina socialmente. En cuanto al aspecto económico, el campesino
paraguayo, si bien produce productos de renta y hasta de exportación, su
producción tiene escasa incidencia en la economía pública. El Estado no ha
tenido políticas de apoyo y defensa de la producción agraria y como
consecuencia los productores se han visto virtualmente despojados de los
productos de su trabajo durante siglos. Los precios son establecidos unilateralmente
por los compradores y por supuesto siempre se reduce a una mísera paga. Dicha
situación ha llevado a la pauperización del campo y a la quiebra de las
pequeñas empresas agrícolas familiares, acentuando la marginación del
campesinado. Como
consecuencia de todo esto se tiene la marginación del campesinado y para
integrarlo tanto a la economía como a la cultura nacional, el Estado debe
promover políticas inclusivas que atiendan principalmente a dichos aspectos.
3) La postergación de la mujer. Un hecho
cultural
En
el Paraguay la mujer no se halla marginada sino postergada. Integra la sociedad
nacional en todos sus estratos, como es natural, pero no tiene los mismos
derechos del varón. Esta situación de hecho proviene de las profundidades de su
historia; de los tiempos coloniales en que fueron sometidos tanto el varón como
la mujer al poder de los terratenientes, españoles primero, criollos después y
finalmente mestizos. La independencia nacional propició la liberación del
hombre descuidando la de la mujer, la cual prosiguió con el mismo estatus,
siendo sometida a su propio esposo. La
cultura de la resignación impidió por mucho tiempo el reclamo de mayores
derechos por parte de las mujeres. En el
Paraguay no se registran hechos históricos de rebelión de las mujeres en
reclamo de sus derechos. Por suerte es un país tributario de la legislación
internacional y de las corrientes culturales internacionales. El Paraguay es un
país con vocación integracionista; siempre quiso y siempre estuvo inserto en la
mancomunidad de naciones. Por esa vía
llegó al Paraguay la ley que declaró la igualdad de los derechos civiles y
políticos de la mujer con el hombre en 1956.
A partir de entonces la mujer abandonó el estatus de “persona menor de
edad” que tenía y que fuera puesta por eso bajo la tutela del marido, en la
misma condición de un niño. Dicha ley le
permitió tener dentro del matrimonio sus bienes propios que antes no los tenía,
e inclusive sus bienes reservados, en forma independiente de sus bienes gananciales,
que antes tampoco los tenía. Ganó
también el derecho al voto unipersonal y se acabó el tutelaje civil del marido. A partir de entonces fue creciendo el
reconocimiento de los derechos de la mujer, pero aún falta bastante para
alcanzar la igualdad con el hombre. En este punto el Estado debe promover
políticas inclusivas de la mujer, removiendo los obstáculos que le impiden la
integración plena y en igualdad total con el varón.
4) La marginación de las personas con
discapacidad
Una
población minoritaria, socialmente marginada, es la de las personas con
discapacidad. La situación social de los
mismos ha sido históricamente la de personas que por su discapacidad han sido
tenidas con el estatus de un menor de edad, es decir gente que requiere tutelaje
para su desenvolvimiento. El paraguayo tiene una cultura de respeto y
conmiseración hacia la gente con discapacidad relativa, sea física o mental.
Pero esa actitud paternalista ha impedido siempre la articulación de políticas
que propendan al desarrollo de esa población afectada. Históricamente a los discapacitados no se los ha llevado a la
escuela y por lo mismo no han tenido acceso a la lecto-escritura; nadie se ha
ocupado de su formación profesional y mucho menos de la cultural, porque dichos
aspectos no se hallan contemplados en la cultura del paraguayo común, para el
cual, los discapacitados físicos y mentales deben sobrevivir, y dignamente si es posible,
pero no cree que pueda desarrollarse, progresar y crecer como persona. Por lo general las
familias ocultan a los discapacitados físicos y mentales y la sociedad ejerce
la política de la invisibilización. Esta situación se puede remover mediante
políticas inclusivas que se propongan promover el desarrollo y crecimiento de
los discapacitados físicos y mentales.
5) La marginación de las personas con
orientación sexual atípica
La
situación de los individuos pertenecientes al hoy llamado tercer sexo,
incluyendo a homosexuales, transexuales, travestidos y lesbianas, nunca fue
plenamente tolerada por la cultura paraguaya.
Ésta, signada por los criterios de la religión cristiana, no ha
desarrollado la cultura de la tolerancia y mucho menos de la inclusión social
de estos individuos. El prejuicio existente es francamente incontrolable por
ahora. Existe en las personas un rechazo instintivo hacia los
pertenecientes al grupo de sexo atípico.
Las familias no asumen cuando uno de sus miembros pertenece a dicho sector y los propios afectados pocas veces revelan o asumen su condición de tales. En torno del tercer
sexo se ha creado toda una cultura de hipocresía y simulación con el fin de
evitar el rechazo frontal. Los individuos pertenecientes al grupo generalmente
se refugian en el arte, en la cultura o en las ciencias. En esas actividades
ganan respetabilidad como profesionales primero y luego como personas. Como muestra señalamos que la Constitución
Nacional define el matrimonio como: “la
unión estable entre el hombre y la mujer”, definición que no permite que
durante su vigencia sea denominada “matrimonio” otras formas de unión entre las
personas.
Con
el avance del desarrollo humano los estados y los pueblos van progresivamente reconociendo
la existencia innegable en su seno de las personas pertenecientes al tercer
sexo. Dicho reconocimiento viene impulsado por la idea de que el fenómeno del
sexo atípico se registra en todas las especies animales, incluyendo todas las
escalas. Consecuentemente corresponde
abrir las compuertas de la sociedad tradicional para el reconocimiento y
admisión de los individuos pertenecientes al grupo, asumiendo como verdad
científica que dicho reconocimiento no significa promoción, propaganda ni
incentivo para el crecimiento del grupo. Es necesario combatir este tabú utilizado por
la gente para impedir el reconocimiento de los derechos humanos de las personas
pertenecientes a dicho grupo. Lo ideal es que la sociedad paraguaya acepte con
naturalidad que un determinado porcentaje de su población pertenece al grupo de
personas con orientación sexual atípica o heterodoxa.
6) La marginación de las minorías políticas
La
sociedad paraguaya, debido a su escasa formación democrática, es largamente
intolerante con las minorías políticas.
Su concepción democrática se halla distorsionada por un pensamiento perverso
que consiste en la idea de que sólo el grupo mayoritario tiene derecho a
ejercer el gobierno de las instituciones. El campeón de esta idea fue el
dictador Alfredo Stroessner, que no se cansaba de repetir su slogan: “En la democracia, la mayoría manda”. Con
este discurso aplastaba a las minorías.
Hasta la década del 80 del siglo pasado se practicó en el Paraguay lo
que nosotros dimos en llamar “la
democracia de cara de perro”. Hasta entonces en todas las entidades donde
las autoridades eran nombradas por votación, se le adjudicaba la totalidad del
poder al grupo que ha ganado la competencia electoral aunque sea por un voto. Las
minorías eran totalmente radiadas del poder y consecuentemente solo les restaba
sabotear al gobierno y conspirar para empujarlo hacia el fracaso. En la década
del 90, durante el primer gobierno democrático post dictatorial, el Parlamento
dictó la Ley Electoral consagrando el régimen político de representación
proporcional directa de todas las fuerzas intervinientes en las justas
electorales (y valga la anécdota de que en la Cámara de Diputados se registró
empate entre los partidarios y los adversarios de dicho sistema, habiendo
desempatado a favor el presidente de la Cámara, diputado Miguel Ángel Aquino). Al principio fue difícil la implementación en
los comités partidarios, en las cooperativas y otras organizaciones
intermedias. La gente no podía tolerar la presencia de la minoría en los
consejos directivos.
Esta
cultura de marginación de los grupos minoritarios sigue vigente pero declinando paulatinamente. Para
contrarrestarla se requiere de una vigorosa promoción de la idea de que “la
democracia no es el gobierno de la mayoría sino el gobierno de todos”; es el
gobierno del pueblo y el pueblo no es la mayoría circunstancial.
Una
situación que conspira contra la cooperación entre bloques es la cultura de las
ideas absolutas, denunciada por el Maestro del Arte Augusto Roa Bastos en su obra
cumbre: “Yo el Supremo”; la cultura maximalista y totalitaria, que se puede
resumir en estos eslóganes: “quiero todo el poder o nada”; ñamanda’ivaerärö ñamanda’ÿnte, vencer o morir, independencia o
muerte, ñampatavaerärö japerdénte y
muchos otros eslóganes que ilustran esta cultura. Se halla mal visto por la
sociedad el diálogo entre la mayoría y la minoría. La gente lo califica
inmediatamente como “transada”, esto es, un acuerdo espurio que se concierta
para sacar ventajas personales en detrimento de los intereses generales. En el Paraguay
el que dialoga hallándose en el poder es un flojo y el que lo hace desde la
oposición es un vendido. El diálogo no es el medio para resolver los
problemas sino “una pelea” que sólo desgasta.
El
Paraguay necesita profundizar su joven democracia. Necesita con urgencia educación
democrática y republicana; formación de líderes democráticos y por sobre todo necesita
promover la enseñanza de los beneficios de la cooperación entre mayorías y
minorías y los beneficios de la tolerancia entre las mismas. El Estado y las
municipalidades deben practicar cada vez con mayor eficacia la democracia representativa,
participativa y pluralista que establece la Constitución Nacional. Del mismo
modo deben hacerlo las organizaciones intermedias y las familias, porque la
democracia no es sólo una forma de gobierno; es un sistema de vida.
Tadeo
Zarratea
18
de junio de 2014
Presentado en el 2º Simposio Internacional “Hacia nuevas
políticas culturales”; 17, 18 y 19 de junio de 2014, en la Sala Bicameral del Congreso
de la Nación. Asunción – Paraguay.
Paraguay no es un país mestizo. Ese un país HARNIZO (más blanco que indígena) además el paraguayo posee características de gente de color (raza negra) pelo enrulado, ojos grandes, o nariz achatada, mirada profunda, facciones toscas, el paraguayo es 60% europeo 30%indígena 10% africano, estudien más jajaja
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