viernes, 3 de abril de 2020
ELOGIO A MI CASA
El 14 de
diciembre de 2018 fue para mí una fecha especial, porque ese día terminó de
construirse mi casa, ubicada en el barrio Santa Librada de la
capital, sobre la calle Cerro guy o
Segunda, al Nº 620 casi San Fernando de Maldonado. La inicié en el
año 2003 en el terreno baldío que compramos con mi primera esposa, la Prof.
Margarita Herreros, con un préstamo de City Bank, el cual por suerte pudimos
pagarlo regularmente. Digo esto porque en esa época vivíamos del ejercicio de
mi profesión y por causa de la dictadura nadie me confiaba un caso importante. Lo
primero que preguntaban los clientes era si tengo o no el respaldo
de algún amigo poderoso empotrado en el gobierno. Pero yo era como
un leproso para esos poderosos por ejercer la oposición política.
Cuando
sobrevino nuestro divorcio se me adjudicó este terreno en la partición de
bienes gananciales y años después comencé la construcción a instancias de mi
hija Laura de Anaî y de mi segunda esposa la Abogada Donatila Zelaya
Burgos. La casa fue haciéndose en forma lenta y discontinua, pero tenazmente
perseveré y llegué a concluirla. Fueron 15 años de trabajos, de
gastos, de toma de decisiones, de incomodidades, polvaredas, ruidos y
quebrantos.
Los
trabajadores, que por lo general dependieron directamente de mí, fueron muy
serviciales y estaban siempre atentos a mis deseos; por suerte, porque esta fue
una construcción que conoció de avatares, cambios, modificaciones, adaptaciones
y tantas otras improvisaciones. Para comenzar alteré gravemente el proyecto
original del Arquitecto Carlos Arias Coll. Introduje las sugerencias
de mi hija Laura de Anaï. Modifiqué la parte que no le gustaba a mi esposa.
Acepté las ideas de mi amigo Alberto Miltos para darle mayor iluminación
natural e introduje algunos detalles sugeridos por mi hijo Arturo
Manuel. Con todas estas modificaciones la casa resultó ser un
mamotreto amorfo y poco funcional. Su estilo arquitectónico es indefinible. No
es clásico ni neoclásico; no se ciñe al estilo común de las casas asuncenas de
su tiempo, razón por la cual ni siquiera marca la época de su construcción. A
mí me parece que por la forma del cierre del techo, en cuatro caídas, su estilo
sería una recreación de la típica Kuláta Jovái, y
por su interior amplio y abierto , la reproducción de una
casa típica campesina paraguaya con su ogaguy guasu o
salón multiuso donde vive y convive la familia mientras el resto de la casa se
halla sin uso la mayor parte del día; pero observando su fachada nos lleva a
recordar a las casas vascas, rústicas, sobrias y sin puertas visibles.
Es posible
que esto mismo haya querido yo desde el principio.
La primera
objeción que le formulé al proyecto del Arquitecto fue la altura del techo de
la parte destinada a ser mi vivienda.
- No quiero vivir
bajo un techo bajo porque me asfixia - le dije - y contestó: - Toda
elevación significará un costo en la climatización - Entonces
le pregunté:
- ¿Y
cómo soportaron nuestros abuelos el verano paraguayo antes de
inventarse el ventilador?
- Con
paredes anchas y techos altos - me dijo .
- Pues,
no más que eso quiero yo Arquitecto – le dije - y él prosiguió con la
enumeración de todas las dificultades que me acarrearía la elevación del techo.
Pero no hubo caso; negociando milímetro a milímetro llegamos por fin a ponernos
de acuerdo en 3.25 metros de altura. Posteriormente, cuando terminó el
hormigonado y se fueron cerrando los espacios con las paredes volví a decirle:
-
Arquitecto: No quiero vivir en este cajón; no me voy a sentir
persona humana.
Por suerte
Arias Coll es un profesional que escucha a sus clientes. Allí me
dijo:
- Tengo un
moldurista que te puede eliminar todos los ángulos y las líneas rectas; ya que
estás en la corriente de Gaudí. Sin chistar le dije: tráigalo. Le
trajo a Mariano Benítez, alias el Cacho Tirao; un artesano
excepcional. Para que lo conozcan y midan su estatura humana, les
cuento que en un momento se me acabó el dinero y si bien tenía crédito, ya no
tenía capacidad de pago debido al elevado servicio de mi cuantiosa deuda.
Entonces le dije:
- Sabés
Cacho; vamos a tener que parar
Me miró
fijamente y me dijo:
- Che ndaparaséi doytor.
Ajapopase la che trraváxo. La plata niko lo de méno; upéa ou ha oho. Ha oguähë
ha’órante ideprovécho. Chepasaxerämínte ohupytyukájepi chéve káda ikatu.
Cuando
terminó de hacer las molduras realizamos la liquidación y resultó que le
adeudaba 14 millones de guaraníes; esto cuando corría el año 2012. Ese crédito,
sin trámite ni documentación alguna, me otorgó un simple obrero de la
construcción.
Anécdotas
similares produjo por docenas esta obra. Una, la del maestro González, que
se quedó a vivir en la obra porque en su casa le prohibieron la
caña, Las tantas del ayudante Cabral, que permaneció 11 años en la obra
haciendo de todo. En suma, la obra me permitió ganar muchos y buenos amigos. Me
gustaba trabajar personalmente con los obreros los fines de semana porque
siempre era una fiesta. Poca gente es tan feliz como el obrero de la
construcción. Ellos durante el trabajo cantan, silban,
cuentan chistes, lanzan piropos a las chicas que pasan, se mofan de sus
compañeros y se ríen de sus propias torpezas. ¡ Qué gente feliz !
Una anécdota involucra
al propio Arquitecto Arias, a quien cuando empezamos la obra le pedí:
- Por favor,
Arquitecto, habilíteme antes que nada un hábitat bajo estos Yvapovô del
patio.
- ¿ Y eso
para qué ?- Preguntó y le contesté
- Porque
es la sala donde voy a recibir a mis mejores amigos; el paraguayo, mi querido
Arquitecto, no recibe al amigo bajo su techo sino bajo la mejor
sombra que tiene. Jahána amo yvyra
guýpe. Upépe javy’avéta es siempre la justificación. Es un hecho
inconsciente, condicionado por su cultura rural, pero yo que soy
campesino, lo haré conscientemente - le dije.
Se rió de mi
ocurrencia con buenas ganas. Pero años después, una dura noche de
verano, fuimos con mi esposa a la casa del Arquitecto a llevarle un pequeño obsequio,
por iniciativa de ella, que siempre premiaba al final del
año a quienes me soportaron. Encontramos una enorme y esplendorosa
mansión; después de todo es la vivienda de un Arquitecto – pensamos.
Apenas
llegado nos dice:
- Les invito
a pasar al patio. Allá tengo una enredadera de jazmines y hay corriente de
aire. Allí vamos a estar mejor.
Nos
mudamos a vivir en la casa apenas terminado el primer hormigonado, hallándose
sin puertas ni ventanas. El dormitorio nuestro se llamó “Villa cartón” y el de
mi hija y su pareja “Villa hule”; por los materiales que usamos Diego
y yo para cerrar las ventanas. Por mucho tiempo le dije a mis amigos: es fácil
de identificar mi vivienda; no vivo en una casa sino en una obra.
En suma, hoy
puedo afirmar que esta casa viene a ser la suma de todos mis errores. No debí
construirla. Resultó ser grande, cara y con muy escasas comodidades. Cuando el
estudio del suelo arrojó como resultado que la tierra era arenosa,
producto de erosiones y sedimentaciones; que era tierra falsa, debí abandonar
mi proyecto, pero no lo hice. Seguí adelante y para cimentar la casa de tres
plantas se tuvo que hacer 28 tubulones y pilotines que se internaban hasta 5
metros en el subsuelo para llegar a tierra firme y sobre las cabeceras de los
mismos se construyó el primer entramado de vigas de hormigón armado. Todo esto
bajo tierra todavía. Esta parte consumió completamente el primer préstamo que
me otorgó la Cooperativa Universitaria, suma con la cual
yo pensaba llegar a techar la casa.
Evidentemente
este emprendimiento resultó ser una mala inversión; una casa mal concebida por
mí; pero algunas razones me habían impulsado a construirla. En primer lugar el
deseo de reunir aquí a mis hijos de quienes me separé como consecuencia de mi
primer divorcio; francamente me asediaba el cargo de conciencia. La otra razón
era que, consciente de que la vida es corta, quería vivir mis últimos años en
una casa cómoda, decente y confortable. Debido a los escasos recursos
financieros me fue muy difícil concluirla; pero había una razón que
me indujo a terminarla: y es que nunca me permito a mí mismo dejar sin
terminación una cosa empezada. Presiento que cierta sangra vasca corre por mis
venas. Este mismo principio salvó también mi carrera cuando en el 5º
año me desilusioné del Derecho y pensé dejarlo; pero me dije: no me voy a dejar
derrotar; lo voy a derrotar yo. Voy a concluir la carrera, colgar en la pared mi
título de Abogado y ponerme debajo a vender carbón.
Al fin aquí
está la casa, actual vivienda mía y de mis dos hijos, ambos con sus
respectivos Departamentos en planta alta, mientras Laura, que vive en Madrid,
es también nuestra condómina.
Como
edificio lo dedico a la ciudad de Asunción; a esta noble ciudad que me
recibió como joven campesino, con 16 años de edad, con los estudios primarios
concluidos, un solo par de zapatos, una ropa puesta y otra de remuda, pero con
una enorme mochila llena de altos ideales, sueños y esperanzas. Aquí
he tenido que agenciarse para encontrar trabajo, para proveerme la
subsistencia, para vestirme y sobre todo para seguir estudiando, porque con
ese objetivo dejé mi pueblo natal y me vine a la gran ciudad.
Esta casa es
mi contribución con el desarrollo edilicio y el crecimiento de la ciudad de
Asunción; la dedico a ella que me brindó de todo, incluida mi felicidad
personal. Esta y solo ésta casa es la que puedo aportar a la ciudad, y
que conste que lo hago a fuerza de inenarrables sacrificios, a cambio de graves
penurias y grandes esfuerzos. Y repito, no más que esta porque, como lo saben
algunos amigos, yo nunca fui productor de bienes materiales sino de bienes
culturales. Mi aporte mayor a la sociedad paraguaya está en este último campo.
Por tanto,
mi querida ciudad de Asunción, con esto cerremos las cuentas y declaramos que
no nos quedan saldos adeudados.
Tadeo Zarratea
Asunción 7 de enero
de 2019
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