Aprobación del Pabellón y Escudo Nacional en el Tercer Congreso reunido en el templo de la Encarnación el 25 de noviembre de 1842, bajo la presidencia de don Carlos Antonio López.
Óleo sobre lienzo de Guillermo Ketterer pintado en 1957.

viernes, 3 de abril de 2020

ELOGIO A MI CASA



El 14 de diciembre de 2018 fue para mí una fecha especial, porque ese día terminó de construirse mi casa,  ubicada en el barrio Santa Librada de la capital, sobre la calle Cerro guy  o Segunda, al  Nº 620 casi San Fernando de Maldonado. La inicié en el año 2003 en el terreno baldío que compramos con mi primera esposa, la Prof. Margarita Herreros, con un préstamo de City Bank, el cual por suerte pudimos pagarlo regularmente. Digo esto porque en esa época vivíamos del ejercicio de mi profesión y por causa de la dictadura nadie me confiaba un caso importante.  Lo primero que preguntaban los clientes era si tengo o no  el respaldo de algún amigo poderoso  empotrado en el gobierno. Pero yo era como un leproso para esos poderosos por ejercer la oposición política.

Cuando sobrevino nuestro divorcio se me adjudicó este terreno en la partición de bienes gananciales y años después comencé la construcción a instancias de mi hija Laura de Anaî  y de mi segunda esposa la Abogada Donatila Zelaya Burgos. La casa fue haciéndose en forma lenta y discontinua, pero tenazmente perseveré  y llegué a concluirla. Fueron 15 años de trabajos, de gastos, de toma de decisiones, de incomodidades, polvaredas, ruidos y quebrantos.

Los trabajadores, que por lo general dependieron directamente de mí, fueron muy serviciales y estaban siempre atentos a mis deseos; por suerte, porque esta fue una construcción que conoció de avatares, cambios, modificaciones, adaptaciones y tantas otras improvisaciones. Para comenzar alteré gravemente el proyecto original del Arquitecto Carlos Arias Coll.  Introduje las sugerencias de mi hija Laura de Anaï. Modifiqué la parte que no le gustaba a mi esposa. Acepté las ideas de mi amigo Alberto Miltos para darle mayor iluminación natural e introduje  algunos detalles sugeridos por mi hijo Arturo Manuel. Con todas estas modificaciones  la casa resultó ser un mamotreto amorfo y poco funcional. Su estilo arquitectónico es indefinible. No es clásico ni neoclásico; no se ciñe al estilo común de las casas asuncenas  de su tiempo, razón por la cual ni siquiera marca la época de su construcción. A mí me parece que por la forma del cierre del techo, en cuatro caídas, su estilo sería una recreación de la típica  Kuláta Jovái, y por su interior amplio y abierto , la reproducción  de  una casa típica campesina  paraguaya con su ogaguy guasu o salón multiuso donde vive y convive la familia mientras el resto de la casa se halla sin uso la mayor parte del día; pero observando su fachada nos lleva a recordar a las casas vascas, rústicas, sobrias y sin puertas visibles.

Es posible que esto mismo haya querido yo desde el principio.

La primera objeción que le formulé al proyecto del Arquitecto fue la altura del techo de la parte  destinada a ser mi vivienda.

- No quiero  vivir bajo  un techo bajo porque me asfixia - le dije - y contestó: - Toda elevación significará  un costo en la climatización -  Entonces le pregunté:

 - ¿Y cómo soportaron nuestros abuelos el verano paraguayo  antes de inventarse el ventilador?

-  Con paredes anchas y techos altos - me dijo .

-  Pues, no más que eso quiero yo Arquitecto – le dije - y él prosiguió con la enumeración de todas las dificultades que me acarrearía la elevación del techo. Pero no hubo caso; negociando milímetro a milímetro llegamos por fin a ponernos de acuerdo en 3.25 metros de altura. Posteriormente, cuando terminó el hormigonado y se fueron cerrando los espacios con las paredes volví a decirle:

- Arquitecto: No quiero vivir en este cajón; no  me voy a sentir persona humana.

Por suerte Arias Coll es un profesional que  escucha a sus clientes. Allí me dijo:

- Tengo un moldurista que te puede eliminar todos los ángulos y las líneas rectas;  ya  que estás en la corriente de Gaudí.  Sin chistar le dije:   tráigalo.  Le trajo a Mariano Benítez, alias el Cacho Tirao; un  artesano excepcional. Para que lo conozcan y  midan su estatura humana, les cuento que en un momento se me acabó el dinero y si bien tenía crédito, ya no tenía capacidad de pago debido al elevado servicio de mi cuantiosa deuda. Entonces le dije:

- Sabés Cacho; vamos a tener que parar   

Me miró fijamente y me dijo:

- Che ndaparaséi doytor. Ajapopase la che trraváxo. La plata niko lo de méno; upéa ou ha oho. Ha oguähë ha’órante ideprovécho. Chepasaxerämínte ohupytyukájepi chéve káda ikatu.
Cuando terminó de hacer las molduras realizamos la liquidación y resultó que le adeudaba 14 millones de guaraníes; esto cuando corría el año 2012. Ese crédito, sin trámite ni documentación alguna, me otorgó un simple obrero de la construcción.

 Anécdotas similares produjo por docenas esta obra. Una, la del maestro González,  que se quedó a vivir en la obra porque en su casa le prohibieron  la caña, Las tantas del ayudante Cabral, que permaneció 11 años en la obra haciendo de todo. En suma, la obra me permitió ganar muchos y buenos amigos. Me gustaba trabajar personalmente con los obreros los fines de semana porque siempre era una fiesta. Poca gente es tan feliz como el obrero de la construcción.  Ellos durante  el trabajo cantan, silban, cuentan chistes, lanzan piropos a las chicas que pasan, se mofan de sus compañeros y se ríen de sus propias torpezas. ¡ Qué gente feliz !

Una anécdota involucra al propio Arquitecto Arias, a quien cuando empezamos la obra le pedí:

- Por favor, Arquitecto, habilíteme antes que nada un hábitat  bajo estos Yvapovô del patio.

- ¿ Y eso para qué ?-  Preguntó  y le contesté

-  Porque es la sala donde voy a recibir a mis mejores amigos; el paraguayo, mi querido Arquitecto,  no recibe al amigo bajo su techo sino bajo la mejor sombra que tiene. Jahána amo yvyra guýpe. Upépe javy’avéta es siempre la justificación. Es un hecho inconsciente, condicionado por su cultura rural,  pero yo que soy campesino, lo haré conscientemente  -  le dije.

Se rió de mi ocurrencia con buenas ganas. Pero años después, una dura  noche de verano, fuimos con mi esposa a la casa del Arquitecto a llevarle un pequeño  obsequio, por  iniciativa  de ella, que siempre premiaba al final del año a  quienes me soportaron. Encontramos una enorme y esplendorosa mansión; después de todo es la vivienda de un Arquitecto – pensamos.

Apenas llegado nos dice:

- Les invito a pasar al patio. Allá tengo una enredadera de jazmines y hay corriente de aire. Allí vamos a estar mejor.

  Nos mudamos a vivir en la casa apenas terminado el primer hormigonado, hallándose sin puertas ni ventanas. El dormitorio nuestro se llamó “Villa cartón” y el de mi hija y su  pareja “Villa hule”; por los materiales que usamos Diego y yo para cerrar las ventanas. Por mucho tiempo le dije a mis amigos: es fácil de identificar mi vivienda; no vivo en una casa sino en una obra.

En suma, hoy puedo afirmar que esta casa viene a ser la suma de todos mis errores. No debí construirla. Resultó ser grande, cara y con muy escasas comodidades. Cuando el estudio del suelo arrojó como resultado  que la tierra era arenosa, producto de erosiones y sedimentaciones; que era tierra falsa, debí abandonar mi proyecto, pero no lo hice. Seguí adelante y para cimentar la casa de tres plantas se tuvo que hacer 28 tubulones y pilotines que se internaban hasta 5 metros en el subsuelo para llegar a tierra firme y sobre las cabeceras de los mismos se construyó el primer entramado de vigas de hormigón armado. Todo esto bajo tierra todavía. Esta parte consumió completamente el primer préstamo que me otorgó la Cooperativa Universitaria, suma  con la  cual yo pensaba llegar a techar la casa.                                
Evidentemente este emprendimiento resultó ser una mala inversión; una casa mal concebida por mí; pero algunas razones me habían impulsado a construirla. En primer lugar el deseo de reunir aquí a mis hijos de quienes me separé como consecuencia de mi primer divorcio; francamente me asediaba el cargo de conciencia. La otra razón era que, consciente de que la vida es corta, quería vivir mis últimos años en una casa cómoda, decente y confortable. Debido a los escasos recursos financieros me fue muy difícil concluirla; pero había una  razón que me indujo a terminarla: y es que nunca me permito a mí mismo dejar sin terminación una cosa empezada. Presiento que cierta sangra vasca corre por mis venas.  Este mismo principio salvó también mi carrera cuando en el 5º año me desilusioné del Derecho y pensé dejarlo; pero me dije: no me voy a dejar derrotar; lo voy a derrotar yo. Voy a concluir la carrera, colgar en la pared  mi título de Abogado y ponerme debajo a vender carbón.

Al fin aquí está la casa, actual vivienda mía y de mis dos hijos, ambos  con sus respectivos Departamentos en planta alta, mientras Laura, que vive en Madrid, es también nuestra condómina.

Como edificio lo dedico a la ciudad de Asunción; a esta noble ciudad que  me recibió como joven campesino, con 16 años de edad, con los estudios primarios concluidos, un solo par de zapatos, una ropa puesta y otra de remuda, pero con una enorme mochila llena de altos ideales, sueños y esperanzas.  Aquí he tenido que agenciarse para encontrar trabajo, para proveerme la subsistencia, para vestirme y sobre todo para seguir estudiando, porque  con ese objetivo dejé mi pueblo natal y me vine a la gran ciudad.

Esta casa es mi contribución con el desarrollo edilicio y el crecimiento de la ciudad de Asunción; la dedico a ella que me brindó de todo, incluida mi felicidad personal. Esta y solo ésta casa es la que puedo aportar  a la ciudad,  y que conste que lo hago a fuerza de inenarrables sacrificios, a cambio de graves penurias y grandes esfuerzos. Y repito, no más que esta porque, como lo saben algunos amigos, yo nunca fui productor de bienes materiales sino de bienes culturales. Mi aporte mayor a la sociedad paraguaya está en este último campo.

Por tanto, mi querida ciudad de Asunción, con esto cerremos las cuentas y declaramos que no nos quedan saldos adeudados.

                         Tadeo Zarratea

              Asunción 7 de enero de 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario