sábado, 22 de octubre de 2016
Un toro nilo cerrero
Ese toro nilo estuvo a
punto de liquidarme. Habíamos salido un día con Chiquito Miranda en busca de
animales cerreros y enlazamos ese toro. Le pusimos doble lazo y lo veníamos
trayendo con mucha dificultad. Yo adelante y Chiquito detrás. El toro me seguía
y Chiquito le iba dando luz, pero cuando se me acercaba mucho le sofrenaba. Pero
después había sido que le dio mucha luz Chiquito y el toro empezó a ganar
velocidad. Y cuando venía en toda hacía mí le quiso frenar Chiquito y se soltó
su lazo allí en la presilla. Y cuando el toro se sintió libre vino hacia mí a
toda bala, y yo, con el fin de esquivarle le di un espolón a mi caballo y parece
que se asustó porque dio un salto brusco medio de costado y me echó. El caballo salió corriendo y yo me quedé
allí. Ya no tenía tiempo de correr porque el toro ya llegaba hasta a mí.
Entonces hice lo que pude y como pude: me tiré al suelo, boca para abajo. Llegó
hasta mí con los ojos encendidos y echando espuma por la boca ese animal,
compañero, y se agachó sobre mí.
¡Bárbaro! Te clavó todito
mal.
No, no fue así.
¡Eh! y cómo te salvaste de
él.
Y no y… mi amigo Chiquito
Miranda, compañero, no era un arriero flojo. Ese era un lacero de primera
compañero; nunca salió al campo con un solo lazo. Sobre la marcha desprendió su
segundo lazo y volvió a enlazar al toro. Cuando el toro se agachó para alzarme
del culo de mi pantalón se le plantó el ruano de Chiquito y lo sujetó. Lo echó
violentamente de espaldas a dos metros de mí.
¡Qué bárbaro!
Y después seguimos viaje
con el toro. Con mucho pleito avanzamos. Llegamos con él hasta el retiro; le
metimos en el corral, le maniatamos de las cuatro patas y le echamos, le
señalamos y le marcamos. Y allí cuando le estábamos marcando estuvo más cerca todavía
de mandarme al otro mundo.
Ah no me digas, y qué pasó
allí?
Y no y… me tocó pues a mí
atajar la cabeza del toro, y yo pisé sobre una de sus astas, agarré con las dos
manos la otra asta y apreté fuerte contra el suelo. Pero cuando el animal
sintió el hierro caliente sobre su cuarto, dio un brinco y me tiró. Cuando levantó la cabeza me encontró justo a
mí y extendió su cuello para alcanzarme.
Ah no... y te alcanzó.
No, no fue así.
No me digas, y por qué?
Por suerte las correas con
que estaba maniatado no se soltaron, y gracias a eso cuando inclinó la cabeza
como para alzarme de un tirón con las astas, se descalumbró y cayó.
Y cómo es eso de des… des…
descalumbrarse?
Y no y… perdió pie. Se fue
de costado y se tumbó; se cayó por lo menos a un geme de distancia de mi
cuerpo.
Después el patrón preparó
una partida para la venta y ese toro nilo fue incluido en la partida. Y yo ya
me decía a mí mismo: “Ese animal le va a crear problemas”, porque no estaba
todavía amansado. Hicimos el rodeo;
fuimos metiendo en el brete de a uno a los animales y alzando en el camión. Pero
cuando le tocó el turno al toro nilo cerrero, se echó hacia atrás, se sentó
completamente, y al levantarse de allí saltó con todo impulso, atropelló el
brete y lo rompió haciendo trizas.
Qué bárbaro! y seguro que
se destrozó también él.
No, no fue así. No le pasó
nada porque llevó el brete por su pecho.
Y entonces? salió
disparando?
No, no fue así. Al caerse
le había visto a Chiquito muy cerca de él y le ganó completamente de mano.
Oh no carajo! Le clavó
todo…
No, no fue así. Le agarró
de su piernera y le tiró cinco metros hacia atrás. Voló como un murciélago el amigo Chiquito.
Qué bárbaro, y después?
Y después al darse la
vuelta le encontró al hijo del patrón, un muchacho que muy pocas veces solía
venir a la estancia, y le atropelló.
No me digas, a ese sí le
clavó todo.
No, no fue así. Se sentó
de él el muchacho y le pasó encima. Le pisó todito. Le machucó todo el cuerpo.
Allí mismo el viejo mandó
llamar un avión y le llevó a su hijo a Asunción.
Y qué se hizo del toro?
Y lo matamos. El viejo en
medio de su furia desenfundó su revólver y le acribilló a balazos. Después nos dio la orden: “terminen de
matarlo y lleven el cuerpo a tirar para que coman los cuervos. No se les ocurra
comer la carne, porque este es un toro asesino”, nos dijo.
A la pucha! Y procedieron
de ese modo.
No, no fue así. Cuando ya se subía al avión pues me llamó y
me dio una contraorden: “porque no carnean ese animal y no llevan a venderle la
carne al regimiento” - me dijo.
“El soldado pues es como
el cuervo no más también”. Eso es verdad
– le dije; llevamos toda la carne y le vendimos al coronel Arriola.
Y ustedes no comieron nada
de esa carne?
No, no fue así. En verdad así tenía que ser pero dijo
Chiquito: “por lo menos hubiéramos comido estas menudencias, ya que hace tanto
tiempo que no comemos carne. Al final qué importa. Nosotros pues, como el
cuervo no más también vivimos pescando por los restos de carne que dejan los
tigres en los rodeos. Y este toro cerrero sí que estuvo luego a punto de
liquidarnos a los dos”.
Y entonces le dije: “vamos
a comer Chiquito, pero que no se entere el viejo ni por casualidad”.
Cocinamos la cabeza del
animal bajo tierra y nos dimos una panzada. Al día siguiente al amanecer nos
llegó la noticia: “murió el hijo del patrón. Dicen que explotó su baso”.
Tadeo Zarratea
20 de junio de 2014
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