viernes, 6 de junio de 2014
EL HOMBRE QUE PERDIÓ SU REALIDAD
Ese tipo estaba de comisario en Pirapó. Es un salvaje. Le tiene un odio
negro al campesino paraguayo. No puede ni verle. Demasiado luego le quiere garrotear.
“Todos estos badulaques son unos haraganes,
bandidos, vividores”, solía decir cuando les mira pasar. Pero con los
gringos era formidable; con ellos sí era macanudo.
Se cuenta que un día se fue a decirle a su superior: “Trasladámena de allá, mi jefe. Allí me voy
a fundir como profesional porque estoy cada vez más desentrenado. Ya llevo más
de dos años sin tener un solo preso y hasta mi voz de mando ya estoy perdiendo.
Estoy perdiendo autoridá; estoy a punto de convertirme en un simple
particular”.
“Tenés que estar contento por eso – dicen que le dijo el jefe – no tenés trabajo y estás en la colonia de
esos gringos platudos”.
“No… mi jefe – dijo él –. Sobre esos gringos nosotros nunca tenemos autoridá. Ellos no crean luego
problema y además tienen su propia policía, que sólo ellos saben quiénes son. Y
yo soy hombre de acción, usté me conoce bien; no me hallo donde no hay nada que
hacer. Yo quiero estar donde hay muchos malandros. De allá donde estoy ya se
fueron todos los malevos. Se quedaron solamente los colonos japoneses, y con
esos… huu… no pasa nada”.
Un tiempo después le trasladaron aguas arriba; le destinaron a Puerto
Otaño. Allí recuperó su autoridad. Hizo montones de apresamientos, practicó torturas
y les cobró muchas “multas” a los campesinos. Dicen que les vendía su libertad a
los ciudadanos como si fuera desde un mostrador. Cuentan que apenas llegado al
lugar le dijo a un gringo:
– “Poneme una camioneta para
el servicio, patrón, y en meno de un año te voy a limpiar de badulaque tu propiedá”.
Por aquel tiempo los campesinos estaban defendiendo allí una pequeña
parcela de tierra fiscal de la que el alemán quería apoderarse. “Aquí en el
departamento de Itapúa pues esa situación es generalizada. Los paraguayos
estamos arrinconados en pequeños rincones, en bolsones o sobrantes de tierra que,
ya porque son chicos, los compañeros suelen decir: sólo ya estamos defendiendo
algunas mesas de villar en esta región”, decía uno de los campesinos.
Esa propuesta le gustó mucho al viejo alemán y pronto le trajo una “Kombi”
casi nueva y con esa camioneta el “Comí” prácticamente empezó a volar. No
recuerdo muy bien, pero creo que se llamaba Tarasio Maldonado, era un moreno bogadense
petisón, con cara áspera casi escamosa como la de un guaicurú. Y empezó su tarea; realizó el mismo
trabajo que hizo en Pirapó para correr a todos los campesinos paraguayos, pero
aquí los muchachos descubrieron a tiempo su estrategia y se organizaron para
resistirle.
Se armó la comisión vecinal y aunque el IBR* tenía corto el
saco, los campesinos se agarraron de la cola de su saco, como tabla de
salvación. La medida que más le molestó al comisario fue la decisión de no
darle información de los pleitos entre vecinos. Nadie utilizó los servicios de
la policía para arreglar diferencias personales. El grupo de campesinos
organizados le dio completamente la espalda; no le daba intervención ni en la muerte de sus perros.
El comisario pasó largo tiempo buscando el modo de enredar a los campesinos,
porque al principio, cuando convocaba a “junta vecinal”, nadie venía a la
reunión. La gente estaba ya cansada de su prepotencia y de sus amenazas. Pero
un buen día se le vino la idea. Llamó a dos de sus soldados y les dijo: – Van a ir a avisar a todos esos campesinos malevos
que el domingo que viene van a estar aquí los funcionarios del IBR realizando
una junta para tratar problemas de tierra, y si hay algún interesado, que
venga.
Así pasó, y en la mañanita de aquel domingo se encontraron todos los campesinos
en la comisaría. Siendo las 8:00 aproximadamente y en vista de que los
visitantes no aparecían, el comisario dijo: “Habrán tenido algún pequeño problema en el camino; en seguida han de
llegar, y mientras llegan tenemos que hablar nosotros”. Y empezó con sus ya
conocidas amenazas. Luego dijo directamente: – “Tienen que pedirle a esos señores que están viniendo que les lleve a
todos ustedes a otro lugar, porque aquí están muy mal; están en tierra ajena; ese
gringo tiene los documentos, yo he visto, y esta gente tiene la protección del
viejo lecayá, no como ustede que vinieron a entrar a una tierra ajena al estilo
comunista y se quedaron allí por la juerza. Yo les voy a comunicar a ellos con
toda sinceridá que fui enviado a esta colonia para resguardar la ley, la
propiedad privada, el orden y la tranquilidá púlica. Por tanto, quiero que eso
sepan ustede".
Los campesinos intentaron algunos remedos de respuestas, sobre todo en aquellos momentos en que era muy agresivo, y cuando más pasaba la hora, más pesada se volvía la situación. Luego le tocó el turno a Venerio Millán y allí se notó que justo hasta él quería llegar el comisario, porque es el coordinador de la comisión
vecinal y tenía ganas de liquidarle.
– En cuanto a vos, Millán, ya no
tenés nada que hacer aquí en Otaño – le dijo – porque ya estás totalmente descubierto. Vos estás pagado por el
comunismo internacional para crear problemas aquí, pero no te van a servir tus
mañas, por tanto, más te vale volar de aquí ahora que estás sano todavía.
Venerio de contestó: – Yo no
puedo decirte comisario que estás equivocado, porque en ese caso te voy a exonerar
de la intención que tenés. La verdad es que no te estás equivocando para nada. Sólo
estás haciendo tu trabajo. Pero nosotros mi amigo, no buscamos problemas,
porque tenemos luego demasiado. Nosotros lo que buscamos es la solución. Y eso
vas a comprobar pronto si te quedás algún tiempo por aquí.
– ¿Y vos quién te creés para
amenazarme con que me vas a echar de aquí? Viste que sos soberbio – le dijo
el comisario.
– Pero qué amenaza ni amenaza voy
a hacer yo – le respondió Venerio.
– Y es eso lo que hacés, pero es
inútil, porque si te enfrentás al tahachi y al pombéro, el único que se va
arruinar sos vos. Sos un rebelde; eso yo ya sabía antes de venir aquí. Vos sos
el que levantás a la gente contra la autoridá; pero ahora te recomiendo que te agarres
bien por la cabecera de tu montura porque es a mí a quien me vas a enfrentar.
– Qué necesidad tenemos nosotros
de levantarnos contra vos. Vos sos apenas un mandadero, un simple tahachi,
como vos mismo te definís. A nosotros muy en otra parte nos aprieta el zapato.
Otro es el que nos hace padecer, y ¿para qué vamos a ladearle a ese y enfrentarte a
vos?
Allí el comisario levantó oreja y preguntó: – ¿Y quién es el susodicho?
– Y nuestra realidá, mi amigo. Nosotros
no queremos cambiar al comisario ni al juez ni al presidente de la República.
Esos cambios no nos van a servir de nada. A nosotros lo que nos acogota es nuestra
realidá y es esa la que queremos cambiar. Nos organizamos justamente para
cambiar nuestra realidá.
– Pero vos qué realidá vas a
tener si sos un pelado de mierda – le dijo el comisario. – Vos no tenés ni poncho; no tenés nada y andás repitiendo a cada
rato: mi realidá, mi realidá.
Así ocurrió y luego de muchas argelerías la gente salió de la reunión.
Se cuenta que ya en el camino de regreso le dijeron sus compañeros a Venerio: “Muchas cosas ya perdiste en esta lucha compañero
pero éste es el día en que perdiste todo, porque viniste a perder tu realidá;
ahora ya sos un fantasma, te convertiste en póra”.
Entonces cuentan que dijo Venerio: “Este
hombre se merece un ascenso, porque nadie como él llevó la negación de los
derechos del campesino paraguayo hasta este extremo inimaginable”.
Tadeo
Zarratea
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Es una narración brillante Doctor. Felicidades
ResponderEliminarconmovedor demais
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