sábado, 8 de julio de 2017
DOSTOIEVSKI
Este es el texto que presenté
oralmente en la sesión de 1 de julio de 2017 , ante el grupo de compañeros analistas
de novelas y cuentos, en Cooltural Café y Libros.
El sueño de un
hombre ridículo (1877) es un título que usa Fiodor Dostoievski como pretexto para crear un personaje que
padece de depresión crónica. En este caso, el personaje padece además de apnea de sueño, enfermedad
que le da terroríficas pesadillas. La
depresión y las pesadillas son
temas recurrentes en el repertorio cuentístico de Dostoievski.
Este cuento está narrado en primera persona, pero no por el
autor sino por su alter ego, el hombre
ridículo, innominado y sin retrato físico que, llevado por las referidas
enfermedades se pone a pensar en el suicidio, y a tomar la determinación de
ejecutarlo esa misma noche, al llegar a su casa, y allí, sentado y con un revolver
al alcance de la mano, se pone a reflexionar sobre los hechos que ocurrirían después de su
muerte.
La depresión del personaje esta muy bien registrada en este cuento,
que tiene expresiones tales como: “En mi
alma crecía una terrible melancolía”; “se apoderó de mí la única convicción de
que en el mundo todo daba igual”. Estos son los presupuestos del suicidio,
y éste, posiblemente el tema recurrente mejor abordado por nuestro autor.
El narrador había
decidido pegarse un tiro en la cien derecha, pero debido al cansancio que le
causó la caminata y la paz interior de la que gozaba por saber que por fin ha
llegado la hora de descansar de este mundo, se quedó dormido en la silla y un
rato después sueña que efectivamente se suicida, pero no como él había planeado
sino con un tiro en el corazón.
El personaje “muere” pero no pierde la conciencia. Escucha y
siente todo cuanto ocurre en su rededor. Asiste a su velatorio y a su propio
funeral. Pero allá, bajo tierra, le molesta la humedad y las gotas de agua que van cayendo, algunas
de ellas justo sobre sus ojos. Luego escucha que su tumba es desenterrada, que
se destapa brúscamente su ataud, y al levantarse se apodera de él un ser
desconocido que no sabe si es hombre o no, porque prefiere no mirarlo. Lo
cierto es que entre ambos emprenden un vuelo por el espacio sideral. Luego de atravesar
largos espacios oscuros alcanza a ver una estrella y su conductor y guía lo
conduce hacia ella. El narrador se percata de que esa estrella verde y hermosa
es, de nuevo, la tierra, porque identifica perfectamente los contornos de
Europa dibujados sobre el mar.
Aterrizó en un país muy
extraño, pero ya solo, porque su conductor desapareció como por ensalmo.
Allí es recibido por un pueblo extraordinario, donde la gente es muy afable,
solícita, solidaria. Esa gente irradiaba bondad y amor; alegría y gentileza.
Vivían en comunidad, compartían todo, no tenían bienes materiales individuales
acumulados; se alimentaban con los frutos de sus hermosos árboles; y como él ya
estaba muerto pensó por un momento que
había llegado al Paraiso, pero al punto reaccionó porque aquellas
personas no eran meras almas, tenían cuerpo
de humanos y además eran esbeltos, bellos y saludables; se alimentaban, hablaban,
procreaban y también morían. Este pueblo tenía resueltas y aseguradas dos
necesidades básicas de las sociedades humanas: la subsistencia alimentaria y la
convivencia social. La fraternidad incluye a los animales y a las plantas, pero
no practicaban religión alguna, no tenían sentimientos de culpa ni
preocupaciones por nada. Era una sociedad perfecta, inmaculada, cuyos miembros
tenían almas de niño; destilaban candor e inocencia, pero por sobre todo, amor
y alegría.
Aquí abro un
paréntesis para contarles que yo soy indigenista y en mi juventud visité muchas
comunidades indígenas y participé de muchas reuniones con ellos; algo conozco
de las culturas indígenas. Por eso cuando leí este cuento largo de Dostoievski
me pregunté: ¿Sabía el autor el sistema de vida de los indígenas americanos?.
¿Algún cronista calificado le describió el sistema social, económico y político
de los nativos americanos?; o es
Dostoievki simplemenete un genio total que sin tener noticias de estas culturas
fue capaz de identificar los problemas esenciales de las sociedades humanas y
tuvo el talento de imaginar la sociedad perfecta? Me pregunto esto porque encuentro tantas
similitudes entre una y otra sociedad; y además, porque me trajo a la memoria
la respuesta que me ha dado el antropólo inglés Cristobal Wallys en la
Comunidad Indígena de Laguna Negra, Boquerón, Chaco paraguayo, cuando le
pregunté: ¿Por qué insistimos en la defensa y preservación de esta culturas
condenadas, atomizadas y ya sin futuro, sitiadas por la sociedad nacional
envolvente y agresiva? Yo le confieso que estoy en esto por mera projimidad,
por humanismo, pero usted, que es antropólogo, ¿ por qué lo hace?
Cristobal me dijo: “Estas culturas deben ser preservadas porque
eventualmente pueden servirnos de modelo, cuando nos replanteemos a profundidad
nuetra forma de vida. Por ahora no
sabemos si ellos o nosotros nos hemos aproximado más a la felicidad, al ideal
de la sociedad fraterna y solidaria”.
Confieso ante ustedes, mis amigos, que entonces no entendí
nada de lo que me dijo el antropólogo; y que sus palabras sólo tuvieron sentido
para mi después de leer este cuento de Dostoievki. Se le atribuye a un gran
Médico Psiquiatra haber dicho: “Aprendí más de psiquiatría en los cuentos de
Dostoievki que en los libros psiquiatría y en la Facultad de Medicina”.
Bien, así las cosas. Concluyo esta exposición con la noticia
de que nuestro narrador, el terrícola, sembró la sizaña en aquella sociedad
perfecta y la destruyó. Primero les enseñó
la mentira y les gustó, luego la hipocrecía, el individualismo, el ejercicio
de la posesión personal sobre las cosas, la traición y todos los vicios
nuestros. Pero he aquí lo curioso. El resultado de la encuesta realizada para
saber si quieren o no volver a la sociedad perfecta, fue negativa.
Mayoritariamente la gente prefirió el sistema social imperfecto.
Este cuento pone en entredicho el racionalismo extremo y en
general los personajes de Dostoievski contituyen fuentes de inspiración de los nihilistas
rusos. Pero este aspecto prefiero dejar a cargo de Gabriel González que puede
explicar mejor que yo, para luego dejar librado al debate.
Y por fin, nuestro narrador despierta; se encuentra vivo, no
se había suicidado y es más, decidió no hacerlo porque encontró motivos para
seguir viviendo, encontró una causa, un motivo de lucha que le dio sentido a su
vida.
Tadeo Zarratea
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