Evidentemente este emprendimiento resultó ser una mala inversión; una casa mal concebida por mí; pero algunas razones me habían impulsado a construirla. En primer lugar el deseo de reunir aquí a mis hijos de quienes me separé como consecuencia de mi primer divorcio; francamente me asediaba el cargo de conciencia. La otra razón era que, consciente de que la vida es corta, quería vivir mis últimos años en una casa cómoda, decente y confortable. Debido a los escasos recursos financieros me fue muy difícil concluirla; pero había una razón que me indujo a terminarla: y es que nunca me permito a mí mismo dejar sin terminación una cosa empezada. Presiento que cierta sangra vasca corre por mis venas. Este mismo principio salvó también mi carrera cuando en el 5º año me desilusioné del Derecho y pensé dejarlo; pero me dije: no me voy a dejar derrotar; lo voy a derrotar yo. Voy a concluir la carrera, colgar en la pared mi título de Abogado y ponerme debajo a vender carbón.
lunes, 7 de enero de 2019
ELOGIO A MI CASA
El
14 de diciembre de 2018 fue para mí una fecha especial, porque ese día terminó de
construirse mi casa, ubicada en el
barrio Santa Librada de la capital, sobre la calle Cerro guy o Segunda, al Nº 620 casi San Fernando de Maldonado. La
inicié en el año 2003 en el terreno baldío que compramos con mi primera esposa,
la Prof. Margarita Herreros, con un préstamo de City Bank, el cual por suerte
pudimos pagarlo regularmente. Digo esto porque en esa época vivíamos del ejercicio
de mi profesión y por causa de la dictadura nadie me confiaba un caso
importante. Lo primero que preguntaban los
clientes era si tengo o no el respaldo
de algún amigo poderoso empotrado en el
gobierno. Pero yo era como un leproso para esos poderosos por ejercer la
oposición política.
Cuando
sobrevino nuestro divorcio se me adjudicó este terreno en la partición de
bienes gananciales y años después comencé la construcción a instancias de mi
hija Laura de Anaî y de mi segunda
esposa la Abogada Donatila Zelaya Burgos. La casa fue haciéndose en forma lenta
y discontinua, pero tenazmente perseveré y llegué a concluirla. Fueron 15 años de trabajos,
de gastos, de toma de decisiones, de incomodidades, polvaredas, ruidos y
quebrantos.
Los
trabajadores, que por lo general dependieron directamente de mí, fueron muy
serviciales y estaban siempre atentos a mis deseos; por suerte, porque esta fue
una construcción que conoció de avatares, cambios, modificaciones, adaptaciones
y tantas otras improvisaciones. Para comenzar alteré gravemente el proyecto
original del Arquitecto Carlos Arias Coll. Introduje las sugerencias de mi hija Laura de
Anaï. Modifiqué la parte que no le gustaba a mi esposa. Acepté las ideas de mi
amigo Alberto Miltos para darle mayor iluminación natural e introduje algunos detalles sugeridos por mi hijo Arturo
Manuel. Con todas estas modificaciones
la casa resultó ser un mamotreto amorfo y poco funcional. Su estilo
arquitectónico es indefinible. No es clásico ni neoclásico; no se ciñe al
estilo común de las casas asuncenas de
su tiempo, razón por la cual ni siquiera marca la época de su construcción. A
mí me parece que por la forma del cierre del techo, en cuatro caídas, su estilo
sería una recreación de la típica Kuláta Jovái, y por su interior amplio y
abierto , la reproducción de una casa típica campesina paraguaya con su ogaguy guasu o salón multiuso donde vive y convive la familia
mientras el resto de la casa se halla sin uso la mayor parte del día; pero
observando su fachada nos lleva a recordar a las casas vascas, rústicas,
sobrias y sin puertas visibles.
Es
posible que esto mismo haya querido yo desde el principio.
La
primera objeción que le formulé al proyecto del Arquitecto fue la altura del techo
de la parte destinada a ser mi vivienda.
-
No quiero vivir bajo un techo bajo porque me asfixia - le dije - y
contestó: - Toda elevación significará un
costo en la climatización - Entonces le
pregunté:
- ¿Y cómo soportaron nuestros abuelos el
verano paraguayo antes de inventarse el
ventilador?
-
Con paredes anchas y techos altos - me
dijo .
-
Pues, no más que eso quiero yo Arquitecto
– le dije - y él prosiguió con la enumeración de todas las dificultades que me
acarrearía la elevación del techo. Pero no hubo caso; negociando milímetro a
milímetro llegamos por fin a ponernos de acuerdo en 3.25 metros de altura. Posteriormente,
cuando terminó el hormigonado y se fueron cerrando los espacios con las paredes
volví a decirle:
-
Arquitecto: No quiero vivir en este cajón; no
me voy a sentir persona humana.
Por
suerte Arias Coll es un profesional que escucha a sus clientes. Allí me dijo:
-
Tengo un moldurista que te puede eliminar todos los ángulos y las líneas
rectas; ya que estás en la corriente de Gaudí. Sin chistar le dije: tráigalo. Le trajo a Mariano Benítez, alias el Cacho Tirao; un artesano excepcional. Para que lo conozcan y midan su estatura humana, les cuento que en un
momento se me acabó el dinero y si bien tenía crédito, ya no tenía capacidad de
pago debido al elevado servicio de mi cuantiosa deuda. Entonces le dije:
-
Sabés Cacho; vamos a tener que parar
Me
miró fijamente y me dijo:
-
Che ndaparaséi doytor. Ajapopase la che
trraváxo. La plata niko lo de méno; upéa ou ha oho. Ha oguähë ha’órante ideprovécho. Chepasaxerämínte
ohupytyukájepi chéve káda ikatu.
Cuando
terminó de hacer las molduras realizamos la liquidación y resultó que le
adeudaba 14 millones de guaraníes; esto cuando corría el año 2012. Ese crédito,
sin trámite ni documentación alguna, me otorgó un simple obrero de la
construcción.
Anécdotas similares produjo por docenas esta
obra. Una, la del maestro González, que
se quedó a vivir en la obra porque en su casa le prohibieron la caña, Las tantas del ayudante Cabral, que permaneció
11 años en la obra haciendo de todo. En suma, la obra me permitió ganar muchos
y buenos amigos. Me gustaba trabajar personalmente con los obreros los fines de
semana porque siempre era una fiesta. Poca gente es tan feliz como el obrero de
la construcción. Ellos durante el trabajo cantan, silban, cuentan chistes,
lanzan piropos a las chicas que pasan, se mofan de sus compañeros y se ríen de
sus propias torpezas. ¡ Qué gente feliz !
Una
anécdota involucra al propio Arquitecto
Arias, a quien cuando empezamos la obra le pedí:
-
Por favor, Arquitecto, habilíteme antes que nada un hábitat bajo estos Yvapovô
del patio.
-
¿ Y eso para qué ?- Preguntó y le contesté
- Porque es la sala donde voy a recibir a mis
mejores amigos; el paraguayo, mi querido Arquitecto, no recibe al amigo bajo su techo sino bajo la
mejor sombra que tiene. Jahána amo yvyra guýpe.
Upépe javy’avéta es siempre la justificación. Es un hecho inconsciente,
condicionado por su cultura rural, pero
yo que soy campesino, lo haré conscientemente
- le dije.
Se
rió de mi ocurrencia con buenas ganas. Pero años después, una dura noche de verano, fuimos con mi esposa a la
casa del Arquitecto a llevarle un pequeño obsequio, por iniciativa
de ella, que siempre premiaba al final del año a quienes me soportaron. Encontramos una enorme
y esplendorosa mansión; después de todo es la vivienda de un Arquitecto –
pensamos.
Apenas
llegado nos dice:
-
Les invito a pasar al patio. Allá tengo una enredadera de jazmines y hay
corriente de aire. Allí vamos a estar mejor.
Nos
mudamos a vivir en la casa apenas terminado el primer hormigonado, hallándose
sin puertas ni ventanas. El dormitorio nuestro se llamó “Villa cartón” y el de
mi hija y su pareja “Villa hule”; por
los materiales que usamos Diego y yo para cerrar las ventanas. Por mucho tiempo
le dije a mis amigos: es fácil de identificar mi vivienda; no vivo en una casa
sino en una obra.
En
suma, hoy puedo afirmar que esta casa viene a ser la suma de todos mis errores.
No debí construirla. Resultó ser grande, cara y con muy escasas comodidades. Cuando el estudio del suelo arrojó como resultado que la tierra era arenosa, producto de
erosiones y sedimentaciones; que era tierra falsa, debí abandonar mi proyecto, pero no lo hice. Seguí adelante y para cimentar la casa de tres plantas se tuvo
que hacer 28 tubulones y pilotines que se internaban hasta 5 metros en el
subsuelo para llegar a tierra firme y sobre las cabeceras de los mismos se
construyó el primer entramado de vigas de hormigón armado. Todo esto bajo
tierra todavía. Esta parte consumió completamente el primer préstamo que me
otorgó la Cooperativa Universitaria, suma
con la cual yo pensaba llegar a
techar la casa.
Evidentemente este emprendimiento resultó ser una mala inversión; una casa mal concebida por mí; pero algunas razones me habían impulsado a construirla. En primer lugar el deseo de reunir aquí a mis hijos de quienes me separé como consecuencia de mi primer divorcio; francamente me asediaba el cargo de conciencia. La otra razón era que, consciente de que la vida es corta, quería vivir mis últimos años en una casa cómoda, decente y confortable. Debido a los escasos recursos financieros me fue muy difícil concluirla; pero había una razón que me indujo a terminarla: y es que nunca me permito a mí mismo dejar sin terminación una cosa empezada. Presiento que cierta sangra vasca corre por mis venas. Este mismo principio salvó también mi carrera cuando en el 5º año me desilusioné del Derecho y pensé dejarlo; pero me dije: no me voy a dejar derrotar; lo voy a derrotar yo. Voy a concluir la carrera, colgar en la pared mi título de Abogado y ponerme debajo a vender carbón.
Evidentemente este emprendimiento resultó ser una mala inversión; una casa mal concebida por mí; pero algunas razones me habían impulsado a construirla. En primer lugar el deseo de reunir aquí a mis hijos de quienes me separé como consecuencia de mi primer divorcio; francamente me asediaba el cargo de conciencia. La otra razón era que, consciente de que la vida es corta, quería vivir mis últimos años en una casa cómoda, decente y confortable. Debido a los escasos recursos financieros me fue muy difícil concluirla; pero había una razón que me indujo a terminarla: y es que nunca me permito a mí mismo dejar sin terminación una cosa empezada. Presiento que cierta sangra vasca corre por mis venas. Este mismo principio salvó también mi carrera cuando en el 5º año me desilusioné del Derecho y pensé dejarlo; pero me dije: no me voy a dejar derrotar; lo voy a derrotar yo. Voy a concluir la carrera, colgar en la pared mi título de Abogado y ponerme debajo a vender carbón.
Al
fin aquí está la casa, actual vivienda mía y de mis dos hijos, ambos con sus respectivos Departamentos en planta
alta, mientras Laura, que vive en Madrid, es también nuestra condómina.
Como
edificio lo dedico a la ciudad de Asunción; a esta noble ciudad que me recibió como joven campesino, con 16 años
de edad, con los estudios primarios concluidos, un solo par de zapatos, una
ropa puesta y otra de remuda, pero con una enorme mochila llena de altos
ideales, sueños y esperanzas. Aquí he
tenido que agenciarse para encontrar trabajo, para proveerme la subsistencia,
para vestirme y sobre todo para seguir estudiando, porque con ese objetivo dejé mi pueblo natal y me
vine a la gran ciudad.
Esta
casa es mi contribución con el desarrollo edilicio y el crecimiento de la
ciudad de Asunción; la dedico a ella que me brindó de todo, incluida mi felicidad
personal. Esta y solo ésta casa es la que puedo aportar a la ciudad, y que conste que lo hago a fuerza de inenarrables
sacrificios, a cambio de graves penurias y grandes esfuerzos. Y repito, no más que esta
porque, como lo saben algunos amigos, yo nunca fui productor de bienes materiales sino de bienes culturales. Mi aporte mayor a la sociedad paraguaya está en este último campo.
Por
tanto, mi querida ciudad de Asunción, con esto cerremos las cuentas y declaramos
que no nos quedan saldos adeudados.
Tadeo Zarratea
Asunción 7 de enero de 2019
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